Pero por encima del ego que implica estar en lo alto del estrado o tarima, y de sentirte centro de atención durante sesenta o noventa minutos, lo que más me halaga es sentir que muchos chicos y chicas gais o lesbianas, que tienen una discapacidad y que por la idiosincrasia de la misma están sometidos a una dictadura (la del cuerpo, la de la familia, la de la sociedad…), se liberan de esas cadenas y reconocen (en público o en privado a la salida de la charla), que ya era hora de que se abordara sin tapujos, sin miedo, con libertad y sinceridad, ese tabú que es abordar los temas de sexo desde otro aspecto desconocido para la gran mayoría de la población, como es la discapacidad.
Y parte de esa dictadura con la que se somete a lo diferente, y con marcada acentuación entre los chicos gais, es la esclavitud de lucir bien. Recuerdo el coach televisivo de CUATRO “Somos lo que Comemos” para decir que “nos mostramos como queremos que nos vean”: divinos, jóvenes e inalcanzables. Y la verdad es que, la imagen que estos chicos y estas chicas con discapacidad tienen del resto de la sociedad LGTB es que “nunca seremos como queremos que nos vean” y, por tanto, nunca nos aceptarán. Y así es pero… ¿deberá seguir siendo? Tajantemente, no.
Si no queremos que no excluyan, no debemos ser excluyentes. Si queremos que se acepten a las personas con sexualidad diferente de la norma heterosexual, tenemos que aceptar a las personas con discapacidad homosexuales; si exigimos igualdad de trato, pedimos igualdad de formas; si solicitamos que la diferencia crea una sociedad más plural, tenemos que asumir que la variedad es parte de esa diversidad que enriquece el momento que nos ha tocado vivir.
Una silla de ruedas, una ceguera, una persona sorda o una persona con esquizofrenia, por ejemplo, plantean miedos y barreras. Las mismas que han levantado la homofobia, por ejemplo, y que con trabajo, esfuerzo, lucha y hasta muertes, se están derribando a pasos agigantados. Pero si los miedos del colectivo LGTB erigen esas barreras entre los afines, tenemos que derribarlos a ostias, si es necesario, para quitar tanta petulancia, superficialidad y fachada entre nuestro colectivo.
Si ser gai implica ser “divino”, prefiero conocer a estos chicos y chicas que, como ellos dicen, se mueven en el sexo de los ángeles sin necesidad de batir las plumas de sus alas.