La "otra" discapacidad


El pasado 8 de febrero, el suplemento “Mercados” del Diario El Mundo publicaba una entrevista con el presidente del Club de Excelencia y Sostenibilidad, Eduardo Montes. Le he quitado el “don” porque, la verdad, es que habría que quitarle, también la “excelencia” y la “sostenibilidad”, ya que las lindezas que se permitió decir en dicha entrevista, son dignas de un cacique y un impresentable patrón del siglo XIX. Voy a ello.

Este señor (por no faltarle el respeto y ponerme a su mediocre altura) soltó perlas como:

Sobre la cuota de reserva del 2% a favor de trabajadores con discapacidad, dijo que «a la hora de la verdad, no hay tantos como para ocupar esas plazas, o si los hay no les interesa». Además dijo que «la cuota no se cumple porque no se puede cumplir». Sigue: «no hay tantos discapacitados como para cubrir todos los puestos que se tendrían que ocupar», poniendo el ejemplo de que las plazas de aparcamiento reservadas nunca se llenan… y va y se queda tan ancho.

Y esto me justifica que la culpa de que no se cumpla la cuota de reserva, que no haya más personas con discapacidad trabajando en la empresa ordinaria (empleo no protegido ni CEE), está en estos empresarios que no entienden, no asumen, no comprende que ser una persona con discapacidad no va ligado a “minusvalía”, “disminución” o “no competitividad”.

Vamos a partir de que no todos somos iguales, es decir, que igual que en las personas que no tienen una discapacidad existe una diversidad, en las personas con discapacidad hay listos, menos listos, vagos, activos, emprendedores, comodones… de todo. Es decir, que si miramos con lupa el rendimiento de un trabajador medio con y sin discapacidad, no es un tema de capacidades, sino de posibilidades: una persona que se presente a un empleo, en las mismas condiciones, con igualdad de CV, con la misma edad, igual de delgados, de altos, de guapos o de feos, sean rubios teñidos, modernos, clásicos o vanguardistas… sean como sean, pero con la única diferencia de la discapacidad, éste ya va con ventaja. Por ejemplo: dos personas, clónicas, idénticas, a excepción de la discapacidad, como tenga que ir a una entrevista un centro de trabajo con escaleras, sin posibilidad de “plan b”, ya está, ya se ha acabado la igualdad de oportunidades. Pero siempre es un tema de “oportunidades” no de posibilidades, posibles somos, oportunidades, las que nos brindan porque son factibles.

Otra causa común de “discriminación” es la imagen. Recuerdo a un ex directivo de una empresa que se permitió el lujo de decirme: “¡cómo vienes a presentarme la empresa con esa persona (era una chica), no tiene imagen!”. Yo casi le muerdo, vamos, que le dije de todo menos guapo… que encima no lo era. Y ahí reside otro factor excluyente denigrante, “lo que se ve”. Y en muchas empresas ese rasero se mide con estricta elegancia. Claro, que aquel que en público o en privado me esgrime semejante argumento, me lo como con patatas y empiezo a sacarle defectos a su imagen, a su vestimenta, a sus complementos, a su look e incluso a su colonia (mis tiempos de asesor de imagen me lo permiten).

Es decir, que excluir es cómodo, fácil, rápido… pero es injusto e inhumano. Hay que conocer la realidad para poder comparar, hay que abrir el abanico de posibilidades al máximo para valorar múltiples ofertas y, después, decidir. Una novia ve decenas de trajes antes de decidirse por uno, con el que se va a casar, con el que va a vestir el día más importante de su vida. Pues en el plano laboral, hay que intentar lo mismo: ver, mirar, vestir, testar, palpar (en el buen sentido de la palabra), para después decidir.

Por tanto, presidente de no se qué club al que no quiero pertenecer, es indigno, impresentable, aberrante que alguien que representa a “la excelencia y la sostenibilidad” sea gratuito en sus afirmaciones y en sus opiniones, que encima no están contrastadas, y que, además, atufan a sectarias y denigrantes.

Lo mejor que puede hacer, es pasarse un día en un centro de trabajo con personas con discapacidad, ver cómo trabaja, cómo actúan, cómo desarrollan su día a día, su vida, cómo se ríen, cómo viven con sus familias, cómo educan a sus hijos, cómo disfrutan de esa vida llena de posibilidades que personajes como usted le quieren robar. Entonces, señor mindundi de no se qué club de tercera, se dará cuenta de que la única discapacidad existente y más flagrante es la que usted tiene: la de estrechez de miras y corto de entendederas.

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