Me sorprende, una vez más, ver cómo hombres vestidos con sus ricos ropajes y sus brocados relucientes manejan a los títeres de sus fieles bajo el manto de sus imprecisiones sobre el pecado, el perdón, el infierno o la vida eterna.
Pero más me colapsa la acción que sus impertérritos acólitos despliegan en torno a sus familias, a sus amistades, ante la sociedad y despliegan su aureola divina en el día a día constatando que es imposible mantener semejante pantomima frente a la realidad que no está tocando vivir. Porque muchos de esos jóvenes, padres, madres, hombres y mujeres que acuden a la iglesia a venerar la mentira de un estamento (tan poderoso como un estado, tan corrupto como un gobierno, tan interesado como un partido político) cuelgan sus preceptos en la puerta de la iglesia y viven su sexualidad, su cotidianeidad con vivencias que la propia institución que ellos alimentan consideran “contra natura”
No puedo creer que esos millones de católicos sean tan reaccionarios como la curia que les alimenta con pan pobre, y arengas como:
«no es comparable lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios, con los millones de vidas destruidas por el aborto». Obispo Cañizares.
«Cuando se banaliza el sexo, se disocia de la procreación y se desvincula del matrimonio, deja de tener sentido la consideración de la violación como delito penal. Ése es el ambiente cultural en el que vivimos, y, sin embargo, la inmensa mayoría de los españoles consideraría una aberración que se sacara la violación del Código Penal, aunque, a sólo cien metros, uno tuviera una farmacia donde comprar, sin receta, la pastilla que convierte las relaciones sexuales en simples actos para el gozo y el disfrute». Director de la Revista Alpha & Omega.
«Pueden darse casos particulares en que está justificado el uso del preservativo» (…) «Por ejemplo, cuando una prostituta utiliza un preservativo y este puede constituir el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar otra vez la conciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiera» (…) «Sin embargo, esta no es la forma apropiada y verdadera de vencer el contagio del sida. De verdad, es precisa una humanización de la sexualidad». Benedicto XIII.
Veo el día a día de algunas de esas personas que comulgan los domingos, vestidos de fiesta y regocijo, y al salir se meriendan un hijo gay, una hija que ha abortado, a un amigo que se cepilla (y alardea de ello) a todas las chicas que puede cada noche de farra, o a ese marido que exhala su aliento sobre la almohada de otra mujer porque el frío de su tálamo le inhibe del cumplimento de su matrimonio (¡para toda la vida!). Y los conozco. Y los veo. Y aún me quieren convencer de que son verdaderos fieles, rectos cristianos, benefactores de una mentira que ellos viven en su piel.
Pero lo más cruel es que no solo no vivan, sino que encima no dejan vivir, y provocan en sus atormentadas víctimas una constante sensación de enfrentamiento, de rabia, de desconexión. Eso es lo más incongruente: que mienten sobre su mentira.
Me provoca más incertidumbre si cabe, la distorsionada lectura que de las escrituras hace el estamento, porque el principio es básico y se arraiga en las escrituras: Dios acepta a todos sus hijo/as tal y como son, sin que la práctica LGBT sea ningún pecado, ni debe ser motivo de rechazo o culpa. Dios/Jesús ofreció a TODO un mandamiento consistente en amarnos unos a los otros y hacer el bien. Por ello, Dios está en la comunidad LGTB y es parte integrante de Dios. Es por ello que las personas LGTB tienen la plena capacidad de amar y establecer vínculos familiares. Y cualquier otra lectura fuera de esta realidad, es mera interpretación partidista, sectaria y agresora. Y el que quiera salirse fuera de esta interpretación para su bien, perfecto. Pero el que utilice un argumento en contra para hacer daño, para enemistar a los hombres con los hombres, para levantar sospechas, no tiene ni sitio, ni derecho en una sociedad en la que nadie está libre de tirar la primera piedra.
Una vez más, alabo el cínico verbo de Woody Allen que dijo: “En realidad, prefiero la ciencia a la religión. Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire”.