Acababa de llegar a casa, tras ponerme la vacuna de refuerzo contra el COVID (yo fui de los vacunados con Janssen), cuando descansando en el sofá, mientras ojeaba el timeline de Instagram, saltó la alerta de El Huffington Post: «Muere la escritora Almudena Grandes». Sin palabras. Inmediatamente lo posteo en el grupo de WhatsApp de los amigos/as en el que se encuentran ávidas y fieles lectoras de la «Grandes». Todos nos quedamos igual: helados. Se nos fue nuestra autora de referencia. La escritora a la que venerábamos porque cada libro, cada entrega, cada página de su magnífica obra, nos transporta hacia la excelencia del placer de leer.
Julia, Olga y yo, comentábamos cada libro y siempre concluíamos lo mismo: ¿Será capaz de superarse con el siguiente? Si. Siempre. Cada compendio de páginas que Almudena Grandes publicaba, nos llevaba al cénit, y nos dejaba extasiados. Y cada publicación de su extensa obra, sobre todo esa antología maravillosa en la que llevaba inmersa desde hacía años, los «Episodios de una Guerra Interminable«, nos despertaba el voraz apetito de seguir pidiendo más y más. ¿Cuándo toca el próximo -le preguntaba a Julia?
Desde aquel «Las Edades de Lulú», hasta el último «La Madre de Frankenstein«, sus novelas construían ese espacio perfecto, amueblaban el lugar idóneo para abandonarse al placer de leer.
Ayer nos dejó. Pero sus libros, nunca nos dejarán. Seguirán acompañándonos, dándonos cobijo cuando «Los Aires Difíciles» azoten nuestra cabeza. Su obra dibujará el «Atlas de Geografía Humana» que necesitamos como faro hasta encontrar el camino. Sus páginas nos mecerán en la cadencia musical de «Malena es un nombre de tango». Su adiós nos deja «El Corazón Helado», pero con el deseo de poder leer pronto, y no olvidar nunca a «Mariano en el Bidasoa».
D.E.P., Almudena. El Olimpo ya ha extendido su alfombra roja para recibirte con honores.