Sin edad

Leía esta mañana en el blog de Guillem Recolons, un post muy interesante sobre el edadismo. El artículo en cuestión se titula «Cuando hay propósito, no hay edad» y os recomiendo su lectura, o bien escuchar el podcast. Y pensaba: ¡Qué lata lo de la fecha de caducidad! Si, porque vivimos en una sociedad que asume que la edad nos limita. Y no es verdad.

Guillem pone algunos ejemplos de personas que, «teniendo una edad», siguen activos/as haciendo escuela de su sabiduría, sus conocimientos, su bagaje personal y profesional. Y como éstas personas, decenas, cientos más. Sabemos la edad de un coche por su matrícula. La fecha de fabricación de un electrodoméstico, de una lata de conserva o de un producto, por su fecha de envasado. Tenemos claro que debemos darle salida a un comestible porque tiene una fecha de caducidad implícita en su envoltorio, no hablemos ya del producto fresco o congelado que aguanta, fuera de su espacio natural, lo que un pastel en la puerta de un colegio. Pero me parece injusto el edadismo, esta fiebre, esta etiqueta que las personas «adultas» llevan/llevamos en la frente, en la muñeca, en las arrugas, en los párpados o en la postura, tatuada sin tinta ni color.

Y lo gracioso es que, en muchas ocasiones, esta marca a fuego, nos la imponen las generaciones más jóvenes, esas que se frustran, lloran, se encierran o deprimen porque la foto de Instagram que han subido solo tiene 10 likes en lugar de 20. Algunos, insisto. No todas y todos.

Cualquiera puede ser «mayor» (que lo de viejo suena aún más peyorativo), y sentirse con ganas de hacer cosas y ponerse al mundo por montera. Es una cuestión de espíritu, de mente. De aprender y conocer.

Mientras sigamos aprendiendo, la mejor etiqueta que podemos llevar es esta:

«Nadie es tan viejo, como los que han sobrevivido al entusiasmo»

Henry David Thoreau

Frivolidad

La actualidad informativa (en España), de esta semana ha estado marcada por las manifestaciones suscitadas a raíz de la detención del rapero Pablo Hasel por sus letras contra el establishment (y alguna que otra cosa más). No voy a entrar en el debate sobre la libertad de expresión y el derecho a manifestarse libremente, sino en los comentarios que algunos jóvenes hacían a los medios en medio de las revueltas (provocadas, como siempre, por los mismos indeseables que convierten una manifestación en un campo de batalla).

Frivolidad post de @JgAmago en #ReInventarseBlog con imagen de Pexels
Foto de Amine M’Siouri en Pexels

Estos jóvenes argumentan que «están cansados de la pandemia», que «les han cercenado un año de sus vidas», que «quieren volver a vivir sus vidas sin restricciones…» ¿No son argumentos muy poco solidarios? Creo que han pecado de frivolidad y egoísmo. TODOS, repito TODOS Y TODAS estamos agotados de la pandemia. TOD@S padecemos, sufrimos la «fatiga pandémica» que tanto se comenta. Pero no por ello salimos a incendiar las calles. ¿No sería mejor ser medianamente responsables y hacer todo lo posible para que el COVID se frene, para que podamos mantener «cierta normalidad» y recuperar la vida que llevábamos antes? ¿Por qué no miran hacia las personas mayores, que siguen encerradas en sus casas, sin juntarse con sus amigas/os a jugar a las cartas o a tomar el café y que suman el 40% de los muertos de esta terrible plaga, muchos de ellos en tratamiento psicológico para soportar la soledad? ¿Y las personas que han perdido su trabajo y está pidiendo en los Bancos de Alimentos? ¿Y las personas que están en ERTE? ¿Y los médicos y sanitarios que no pueden más y que soportan luego vuestras acciones en sus carnes, cuidando de tod@s? ¿Y los niños y niñas que han manifestado un comportamiento ejemplar aguantando encerrados y sin socializar para prevenir ser portadores del COVID? Perdonar, pero creo que esta vez NO tenéis razón. O por lo menos no es lógico que utilicéis este argumento. No. Esta vez el punto de mira debería haberse dirigido hacia otro foco.

Por favor, mirad más allá y veréis cómo una gran parte de la sociedad se afana en soportar esta pandemia, para dejaros/dejarnos un mundo, un poquito mejor. No lo estropeéis ahora que -quizás- podemos empezar a ver la luz al final del túnel.

«La esperanza es lo que haces que sigas respirando, aún cuando la presión de una vida te esté asfixiando»

Anónimo

Ciencia y Consciencia

El confinamiento está significando que día a día desayunemos con las ganas de salir a la calle, almorcemos con el deseo de ir a abrazar a nuestros familiares y amigos, cenemos con el mantra de que mañana, al volver a despertarnos, el menú será igual. Ganas. Deseos. Anhelos. Esperanzas. Intenciones. La luz al final del tunel ni siquiera comienza a asomar, por mucho que los «líderes» se empeñen en intentar normalizar la situación. Ni curva, ni leches. Ese rayo se volverá en oscuridad. Lo siento. Los españoles NO estamos preparados.

Ciencia y Consciencia post de @JgAmago en #ReInventarse
Imagen de Science in HD en Unsplash

Una nueva entrega del estupendo programa de Iñaki Gabilondo en Movistar+ (ya va por el tercero, la próxima semana será el cuarto y último), está arrojando una visión más allá de las crónicas diaria de muertos, de irresponsables políticos de todos los colores y marcas, de mensajes erróneos, de recetas mágicas y de pócimas salvadoras. «Volver a ser otros» debería ser uno de los libros de cabecera de cada uno de esos desayunos, comidas y cenas con los que comenzar a pensar en pequeño, para poder hacer cosas a lo grande. Ciencia y Consciencia, concluía la segunda entrega.

Todo sabemos -más o menos-, lo que es la ciencia ¿verdad? Pero, ¿Y la consciencia?

La consciencia es el conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones, pero también se refiere a la capacidad de los seres humanos de verse y reconocerse a sí mismos y de juzgar sobre esa visión y reconocimiento.

Fuente: Wikipedia.

No se trata de actuar conforme al bien o el mal, según nuestra moral. Se trata de percibir que las cosas están cambiando y que tenemos que cambiar con ellas. No nos debe valer un «más de lo mismo» cuando el desescalamiento del confinamiento (¡qué de palabros estamos aprendiendo!), nos permite retornar a cierta cotidianeidad. No.

Debemos reconocer que tenemos que cambiar para alcanzar unos valores nuevos que nos permitan lograr la felicidad que abandonamos el día que nos confinamos; la felicidad que está por venir cuando regresemos a una vidas sin encierro forzado. Sólo entonces viviremos sin el miedo a otra pandemia: la de la falta de consciencia por culpa de la conciencia.

El Pico

Se ha convertido en la esperanza de todas y todos. En la meta por el control de la pandemia. En la señal por la que pasar, como corredor de fondo después de 42 kilómetros de maratón, para terminar la prueba. Y cada vez que oigo o leo esa palabra, a mi mente me viene las películas de Eloy de la Iglesia. Aquellos filmes en los que se mostraba la realidad sobre el mundo de las drogas en la España de la Transición. Cinema Verité, que dirían los franceses. Radiografía de una realidad que entró en miles de casas y destrozó familias, jóvenes, realidades, futuros…

El Pico post de @JgAmago en #Reinventarse
Imagen de GoaShape en Unsplash

El coronavirus está poniendo a la sociedad mundial a prueba. Al límite. ¡Y ya veo el rédito que algunos le sacarán a esta pandemia, a esta crisis mundial! Los que lo hicieron mal, porque no pedirán perdón y lanzarán balones fuera. Los que no hicieron nada, porque arremeterán con todas sus fuerzas contra los que lo hicieron mal o «menos bien», y utilizando como arma arrojadiza los miles de muertos y afectados. Y los que estamos entre medias, daremos las gracias por haber superado esta prueba de fuego: seguimos vivos, bien, con nuestras familias y amigos. Volveremos a nuestros trabajos, retomaremos con cierta normalidad (lentos, pero seguros), nuestras vidas… Otros no. Ya no estarán con nosotros en la próxima cena de Navidad. O habrán perdido el trabajo que tanto les costó conseguir y mantener.

Y los que lo hicieron bien, seguirán adelante con sus vidas, sin darle importancia, por que en eso consiste sus vidas: en hacer el bien a los demás. ¡Gracias a los médicos, sanitarios/as, enfermeros/as, voluntarios/as, dependientes/as… Gracias!

En esta ruleta rusa que es vivir, siempre hay ganadores y perdedores. Es curioso que algunos siempre apuestan «todo al negro» y siempre, siempre ganan.

Pánico en el Edén

No hay otra cosa que hablar. Ayer, mientras que dábamos un paseo por Madrid antes de meternos en un restaurante a cenar, el 80% de las conversaciones que se cruzaban en nuestro camino, versaban sobre el COVID-19, a.k.a #Coronavirus. ¡Qué hartura!

Y dentro de la gravedad de la situación, lo peor es el pánico generalizado que se ha creado en torno al dichoso virus de una «gripe enfurecida». Caos. Fakenews. Memes. Avisos. Amenazas. Rezos y plegarias. Viajes cancelados. Besapies cancelados. Los fieles se cabrean. Las agencias y los comerciantes se llevan las manos a la cabeza. Los negocios regentados por ciudadanos asiáticos, cierran por el ¡qué diran!, y el racismo tan lamentable que ejercen los occidentales!

Imagen de CDC gracias a Unsplash

Y creo que la labor de desinformación que están realizando los medios de comunicación, es la culpable de este desbarajuste. ¿Por qué no hay más Lorenzo Mila en las cadenas de TV y medios de información para quitarle hierro al «susto o miedo»? Respeto su trabajo, pero las políticas sensacionalistas y la guerra de las audiencias, están generando tal pánico en el edén, que hasta Adán y Eva van a resistirse a la tentación de comerse y compartir la manzana. ¡No tienen gel desinfectate con el que lavarse las manos, y en Mercadona está agotado! 🤒🤬

Nota: la foto no representa un virus. Si no a pétalos de flores sobre una esfera de corcho. 🤔