He empezado a ver una serie documental en Netflix que se llama «The Undatables». Esta serie se centra en las historias de diferentes personas con discapacidad que tienen dificultades para encontrar pareja y, cómo a través de dos agencias especializadas de contactos que tienen entre sus clientes a otras personas con discapacidad, les ponen en contacto para encontrar a su media naranja.
Los capítulos, de unos 40 minutos de duración, siguen una misma estructura: presentan al hombre o mujer que busca pareja. Seguidamente hace aparición la persona de la agencia y algún familiar o amigo que explica las dificultades que éste o ésta tiene para encontrar el amor. A continuación se genera una cita con un chico o una chica que ha respondido a su anuncio, o bien que la agencia les ha encontrado. Finaliza con la cita en sí y con su consecución en posibles más citas, o con el chasco de que aquello no haya funcionado.
Tras ver dos temporadas (son cortitas), me alegra saber que no hay un patrón ante el fracaso por ser diferente. No hay un dato que nos indique dónde reside el fallo de las flechas de Cupido en las personas con discapacidad. No. Las dificultades son las mismas que en el resto de la sociedad: falta de conexión, intereses dispares (yo quiero niños, tu no; yo quiero una relación, yo un rollo…), la distancia…
La serie engancha, sobre todo por alguno de los personajes que rescatan al comienzo de cada temporada, analizando cuál es la situación actual tras los primeros contactos. Y me han fascinado «el poeta» Shaine, la adorable Kate o el romántico Sam. Sinceridad, pasión, honestidad, miedo, verguenza, dolor, esperanza, ilusión, confianza… Todos esos sentimientos que se generan cuando te encuentras solo y buscas una persona de confianza con la que ir más allá de una sincera amistad.

Pero más allá de la empatía por estos hombres y mujeres (y con cuidado de no caer en la ternura, y por tanto en el erróneo sentimiento de la conmiseración), está el respeto hacia la igualdad. El amor no tiene edad, sexo ni identidad. Cupido dispara sus flechas y no siempre acierta. Pero la libertad de tod@s las personas comienza con el derecho a la propia elección de su deseo (sin dañar al del otro), y por tanto de ser tan respetable -o más-, que el tuyo y el mío.