La Cuesta

Anoche comentábamos que apenas hay rastro de la «cuesta de enero». Antes, y hasta no hace mucho, era empezar las rebajas y ya se hablaba en todos los medios de la temida «cuesta de enero», esa pendiente que a todos los ciudadanos se nos hacía más inclinada aún, tras los excesos navideños, y que viene acompañada de frío, inclemencias e incertidumbres. ¡No te digo ya cuando febrero asomaba! El parón era notorio.

Pero ahora, parece ser que no. Los locales, las terrazas, los restaurantes, los bares están «al máximo». El movimiento post pandemia ha activado la necesidad de vivir la calle, de salir, de explorar, de disfrutar. Eso es bueno, claro. Los negocios que peor lo pasaron en los meses del confinamiento y posteriores, necesitaban esa inyección de confianza, respaldo y apoyo.

Y en parte, comentábamos anoche, que quizás esto se deba hay que ya no hay etapas tan marcadas como antes. La primavera se funde con el invierno, que a su vez sueña con el verano. La Semana Santa se confunde con mayo. El verano huele a turrón y lotería de Navidad. La Navidad sueña con los días más largos de marzo… El tiempo pasa tan rápido, que cuando te das cuenta es jueves… ¡Y de repente, es domingo por la tarde y ya estás preparando el «tuper» de comida y la ropa del lunes! El tiempo, no nos deja disfrutar de las cosas que requieren un tiempo.

Qué gran verdad quien dijo:

«Disfruta de tu tiempo porque el tiempo no vuelve, lo que vuelve es el arrepentimiento de haber perdido el tiempo»

Anónimo

Ocupad@s

¡Dos meses sin escribir! Y no por ganas. Si no por tiempo. La «vuelta al cole» ha sido tan «intensa», que no he encontrado el momento para sentarme delante del PC, abrir el blog y activar el modo «domingo» para actualizar los contenidos, las páginas, y escribir de nuevo.

En los primeros días de septiembre, he estado desplazándome al trabajo desde otra vivienda, porque la nuestra estaba en obras (bueno, aún no han acabado, pero ya hemos vuelto al hogar), y me enfrentaba a 17 paradas de metro entre esta casa estacional, y el trabajo. Durante estos largos trayectos he escuchado todos esos podcast que tenía almacenados. ¡No hay mal que por bien no venga! En uno de esos trayectos, se sentó a mi lado una chica, de unos 30 y pocos años, que estaba anotando en una libreta tipo «moleskine», las clases extraescolares y particulares de su niña. ¡¡Y yo me quejo de agenda!! 🤯 Aquello era un puzle de mil piezas sin plantilla sobre la que guiarse. Era una locura. Como soy muy curioso, de vez en cuando lanzaba el ojo izquierdo hacia su libreta. Pude ver que el viernes, a las 19 horas escribía «psicólogo». ¿Para ella o para la niña?

Y mientras que yo movía mi pie al ritmo del podcast de Defected by Rimarkable mi cabeza se puso a pensar: ¿Realmente necesita esta niñas todas esas clases extraescolares? ¿Son una excusa para que los padres tengan tiempo para trabajar, llegar a casa y que la niña no esté sola, o tener que pagar a una niñera? ¿Están creando un «monstruo de la ansiedad» o una «niña prodigio»? ¿Qué pensará la pobre criatura de tan apretada agenda? ¿Sus amiguitas/os tendrán la misma carga de extraescolares? ¿Cuándo tendrá tiempo para jugar? Y en estos pensamientos, llegué a Atocha y me tuve que bajar.

Vivimos entre los huecos del calendario. ¡Si nos dejan!

Antes de…

Y así las cosas… ¡Pasaron! Antes de padre, fue hijo. Antes de tío, fue sobrino. Antes de abuelo, fue marido. Antes de juez, fue testigo.

Y mientras… ¡Pasan! Son estos momentos del año, en los que el calendario se empeña en poner fin a los 365 días; en los que consumimos los últimos espacios en esa libreta en la que hemos apuntado todas esas cosas que cada día nos piden que memoricemos, aun a expensas de que no las tachemos; en los que marcamos con cruces y con saña los números del calendario… En estos días -decía-, hacemos balance de lo malo, porque lo bueno se posiciona solo en nuestra memoria. Miramos fotos. Las redes sociales se empeñan en destacarnos nuestros «likes» más comentados…

Antes de... Post de @JgAmago en #Reinventarse

Y entonces… ¡Pasarán! No escarmentamos. Llegará el 1 de enero y nos volveremos a meter en el absorvente torbellino de pasar páginas del diario, de tachar números en el calendario, de colgar fotos en nuestras comunidades online, de malgastar el tiempo con memeces, de olvidarnos de los amigos, de descuidar a nuestros seres queridos, de apagar la llama de nuestro cariño…

Y luego… ¡Pasó! Y ya no seremos ni tíos, ni sobrinos, ni padres, ni abuelos, ni nietos, ni amigos, ni hijos, ni jueces, ni testigos…

Velocidad

Llega un momento en el que hay que parar. No es normal. Más de dos meses sin tener un fin de semana sin actividad. Para no hacer nada. Y los próximos dos siguientes pintan igual… ¡O peor! ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?

Ayer, mientras fumaba un cigarro con familiares de mi marido, en un momento de calma tras un fin de semana de intensa actividad, difícil, dura, triste…, comentábamos cómo había pasado el año. ¡Volando! Llega otra Navidad (rara, eso sí), y pronto tendremos la Semana Santa, y después los puentes de Mayo; y luego el verano -que pasa como una exhalación-; y de pronto la vuelta al cole; y luego Halloween; y sin darte cuenta Navidad otra vez… Viajamos en AVE para aprovechar el tiempo cuando nuestra vida es nuestro particular tren de alta velocidad

Velocidad post de @jgamago en #reinventarse

Photo by Florian Steciuk on Unsplash

Y entonces, cuando la autopista se acaba, en algunos casos no podemos ni reflexionar cómo ha sido ese viaje de 365 días a la velocidad del AVE. Y si tenemos la osadía de pensar en lo dejado atrá, nos proponemos que el año que viene haremos las cosas de otra manera para bajar la actividad, frenar la intensidad, y reducir la velocidad de las cosas. 

Es entonces cuando nos engañamos. Una vez más. A la velocidad de la luz.

Sin hora

Sin horas post de @JgAmago en #ReinventarseEl tiempo vuela. Los días se desvanecen. Las semanas se convierten en trayectos cortos en los que el fin de semana es como el camino entre las paradas de Lleida y Tarragona. Sin inmutarse. Ya estás recogiendo la maleta para Navidad cuando tienes que preparar la de Semana Santa. Verano. Y otra vez Navidad. Y cuando esos 60 segundos, 60 minutos, 24 horas, 365 días del año se consumen, esa sensación de… ¡Pero si no me ha dado tiempo a nada! Y entonces el plan es intentar darse cuenta de lo que no nos ha dado tiempo.

El resultado: vivimos como «vacas sin cencerro» (Almodovar dixit). Que de vez en cuando necesitamos un pequeño establo en el que encerrarnos y disfrutar de las pequeñas cosas: un libro, un té, un silencio, una cena con amigos, una tarde de cine con los sobrinos o ahijados, un paseo por el parque o una siesta haciendo piececitos con tu pareja.

Grandes cosas que el tiempo te roba, y la necesidad de robarle al tiempo, espacio y tiempo para poder hacer pequeñas cosas. ¡Me encantaría un día -pero quizás solo uno- sin horas! Yo decidiría cuándo levantarme, cuándo trabajar, cuándo acostarme, cuándo leer, cuándo ver Netflix, cuándo fumar, cuándo perder el tiempo y cuándo no decirme a mi mismo, cuándo.

Imagen de Daniel Arsham