A Ciegas

El pasado martes asistí como invitado, por primera vez, a una cena a ciegas. ¡Mira que las había organizado yo para empresas y compañeros/as de otras áreas, pero yo nunca había estado sentado en la mesa, compartiendo esta experiencia sensorial! El caso es que fue toda una sorpresa, porque estábamos citados para una cena de equipo de proyecto, sin más, y nos encontramos todos con el antifaz puesto antes de sentarnos a cenar.

Ya desde el primer momento la experiencia es inmersiva: antes de sumergirte en la oscuridad, la jefa de sala y el chef te cuentan qué va a pasar, y cómo lo van a gestionar. A continuación, te vendan los ojos en la puerta del comedor, para guiarte por el restaurante -primera sensación rara, moverte apoyado en el brazo del otro, confiando en su destreza-, para sentarte y explicarte la disposición de los platos, cubiertos, copas, etc. Una vez situados, comienza la cena, con las explicaciones pertinentes sobre la orientación, utilizando las horas del reloj para contarte cómo está la mesa y el plato presentado.

Yo tengo que decir que me agobié mucho… No estaba a gusto… Además que todos empezaron a hablar muy alto, a gritar, presa de la excitación y del miedo a tirar una copa, o a no pillar nada con los cubiertos y quedarse sin cenar… Fue una sensación extraña. Así que decidí pasar de mis compañeros de mesa, concentrarme en mi espacio, e ir probando a coger el salmón con verduras (estaba exquisito), la copa de vino sin tirarla, y el pan de la mejor forma posible. El resto seguían a grito pelado. ¡Prueba superada! Acabé toda la comida, me bebí el vino sin «liarla parda» y nos pudimos quitar el antifaz, antes de pasar al postre. De repente el volumen volvió a su nivel normal, todos nos tranquilizamos, y comenzó la revisión de quién había terminado el plato, quién no…

Poco a poco la gente se fue retirando, y yo me quedé con unos pocos tomando una copa y fumando un cigarro antes de coger el taxi regreso a casa. Al buscar las llaves en la mochila, me topé con el antifaz y volvió a mí la extraña sensación de hacía unas horas. ¡Qué afortunados somos!

Llevo casi 25 años trabajando con, por y para el colectivo de personas ciegas o con discapacidad visual, y está en mi día a día la interacción con su discapacidad, poniéndome en sus zapatos para generar y facilitar una relación entre pares. Desde fuera, claro. Porque cuando te pones en sus ojos, desde dentro, la situación es otra. Cambia. A pesar de ser temporal y planificada.

Saramago escribió: «… lo que se considera ceguera del destino, es en realidad miopía propia». Estamos cegados. Nos quejamos sin sentido. Sin sentidos, vivimos en una miopía profunda. Es el momento de quitarse el antifaz y ver con los ojos del que no puede ver. Entonces aprenderíamos a no vivir a ciegas.

Socialité

No… No voy a hacer bandera del programa «rosa» de la cadena Mediaset. No. Este post surge tras ver el exquisito capítulo 3, de la tercera temporada de esa «joya» visual de Netflix titulada «The Crown», y basada en la vida, obra y milagros de la reina Isabel II de Inglaterra.

Ya supimos de las diferencias entre la princesa Margarita (hermana pequeña de Lilibeth), y la «queen». En este capítulo (non spoiler), se consolida el motivo de esas notables discrepancias: la empatía, el don de gentes, la «socialité».

Socialite post de @jgamago en #Reinventarse
Photo by Louis Hansel on Unsplash

Me considero una persona sociable. Lo he sido toda mi vida. Me gusta conocer gente, aprender de las personas, saber de experiencias, compartir vivencias, viajar, leer, mirar, descubrir… Creo que la socialización es una fuente inagotable de sabiduría para una persona, y para el grupo. Ahora bien: hay que saber medir el grado de compensación entre lo que otros ofrecen, lo que tú demandas, y lo que el resto solicita.

La edad marca la pauta: somos jóvenes y vivimos de experiencias locas…, maduramos y empezamos a separar el grano de la paja…, nos consolidamos y vamos asentando lazos estrechos…, pero siempre alerta a las nuevas oportunidades, a nuevas «socialités» que nos aporten algo real. Vida.

Tras el boom planetario de Rihanna, y tras unos años dedicados a otras facetas creativas, la cantante declaró hace poco: «Mi círculo de amistades cada vez es más pequeño. Y créanme que cada vez estoy mejor».

Velocidad

Llega un momento en el que hay que parar. No es normal. Más de dos meses sin tener un fin de semana sin actividad. Para no hacer nada. Y los próximos dos siguientes pintan igual… ¡O peor! ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?

Ayer, mientras fumaba un cigarro con familiares de mi marido, en un momento de calma tras un fin de semana de intensa actividad, difícil, dura, triste…, comentábamos cómo había pasado el año. ¡Volando! Llega otra Navidad (rara, eso sí), y pronto tendremos la Semana Santa, y después los puentes de Mayo; y luego el verano -que pasa como una exhalación-; y de pronto la vuelta al cole; y luego Halloween; y sin darte cuenta Navidad otra vez… Viajamos en AVE para aprovechar el tiempo cuando nuestra vida es nuestro particular tren de alta velocidad

Velocidad post de @jgamago en #reinventarse

Photo by Florian Steciuk on Unsplash

Y entonces, cuando la autopista se acaba, en algunos casos no podemos ni reflexionar cómo ha sido ese viaje de 365 días a la velocidad del AVE. Y si tenemos la osadía de pensar en lo dejado atrá, nos proponemos que el año que viene haremos las cosas de otra manera para bajar la actividad, frenar la intensidad, y reducir la velocidad de las cosas. 

Es entonces cuando nos engañamos. Una vez más. A la velocidad de la luz.