Bailar Hasta Morir

Terminé esta semana de ver la miniserie documental dedicada a los acontecimientos vividos en el macrofestival Woodstock 99. La serie, que podemos ver en Netflix, y titulada «Fiasco Total: Woodstock 99» son 3 capítulos, uno por día de festival, que recoge lo vivido por todas las partes implicadas de lo que podría haber sido llamado como «EL» festival de festivales, y acabó siendo una tsunami de destrozos, vandalismo y despropósitos.

Lo que se esperaba de «tres días de paz, amor y música», acabó siendo un río de heces, violencia, abusos sexuales y confrontaciones, provocados por una organización que puso por delante los beneficios económicos al disfrute de los participantes, y que generó el caos y la destrucción, ante el hartazgo de los más de 250.000 personas que acudieron a disfrutar de música, paz y amor… ¡O por lo menos, de la música! La organización se encargó de regar con gasolina. La mecha la encendieron cientos de jóvenes, algunos abanderando una preocupante «masculinidad tóxica», que se sintieron estafados y engañados.

No voy a descubrir nada nuevo, diciendo aquello de que vivimos en una sociedad capitalista en la que el beneficio está por encima del bienestar de los otros, y las conclusiones que extraemos de este magno evento es que el beneficio desplazó a la experiencia del beneficiario, poniendo a éste -inversor de ese beneficio-, en las cloacas de la rentabilidad. La cuenta de resultados por delante del cliente y del empleado. Bailar hasta morir. ¿Cuándo estaremos en la posición de decir «no todo vale»?

A medida que veía la serie, me acordé de otro documental, sobre el fiasco del Festival FYRE que también podemos ver en Netflix, e intentaba darme explicación a por qué el empresario que organiza este tipo de eventos (y muchos empresarios en general), focalizan su mirada en el dolar, caiga quien caiga, importándoles una mierda la experiencia, el resultado, la reputación, la tranquilidad, la confianza, la convicción de que se ha hecho algo grande (o pequeño), pero bien.

En los últimos minutos del tercer capítulo de la serie, Heather, una de las asistentes al Woodstock 99, terminaba diciendo que, a pesar de todo, volvería porque fue una experiencia única. Mark Twain dijo que «es más fácil engañar a la gente, que convencerlos de que han sido engañados».

¿Pasar Página o Quemar El Libro?

Este viernes he visto un capítulo más de la segunda temporada de la MARAVILLOSA serie «Sapere Aude», la continuación de esa joya televisiva que es «Merlí», y que podemos ver en Nexflix. Cada capítulo viene cargado de filosofía de la buena: de la teórica en las clases que imparten La Bolaños y otros profesores, y filosofía de la vida. Real. Como la vida misma. El gran acierto de esta segunda temporada ha sido incorporar al personaje de Dino, el impresionante Eusebio Poncela haciendo alarde de lo que es, el mejor actor de cine, teatro y televisión que ha parido este país. Sus conversaciones con Pol o María Bolaños (¡¡enorme María Pujalte, brava!!), son de lo mejor guionizado para la ficción en muchos, muchos años.

Al final del capítulo 7, en el que la pandilla está sentada hablando de sus cosas, Rai dice: «Pasar página está bien, pero a veces debes quemar el libro y tirar sus cenizas al mar.» ¿Por qué lo dice? No te lo desvelo que no quiero hacerte un spoiler. 😉

En los últimos meses, he tenido relación muy directa con la familia de un prodigioso joven músico con TEA. Hablando con sus padres me decían que era injusto que este chico, superdotado en las artes musicales, no pudiera acceder al Grado Superior de Música por su discapacidad, cuando había demostrado conocimientos y técnicas excepcionales, alabadas y reconocidas por sus propios profesores. Barreras entre la norma y la realidad. Diferencias entre lo que unos dictan -muy alejados de la realidad de la calle, y otros tenemos que cumplir.

¿Qué miedo existe a renovar la Constitución, para trabajar y redactar en un nuevo tratado que acoja y recoja la realidad de un país, de una sociedad que ha evolucionado en estos casi 45 años de su historia? ¿Por qué mueven páginas, marean sus letras, artículos en lugar de «quemar el libro», tirar las cenizas al mar con todos los honores por la labor prestada, y trabajar todos en construir un modelo acorde a los nuevos tiempos? ¿Qué pierden unos, y qué ganamos otros?

Quizás el problema reside en eso, en lo que pierden unos pocos.

Un Propósito

Lisa es la mujer de Tony. Lisa, Tony y Rudy, el inseparable pastor alemán de esta adorable pareja, forman un hogar maravilloso en Tambury, un pequeño pueblo en UK. Lisa tiene cáncer de mama. Deja unas últimas palabras grabadas en video para Tedy, su marido. Lisa, muere. Tony no puede con su pena y…

Lisa, Tony y Rudy son ficción.

Acabo de terminar la serie de Netflix «After Life», escrita, dirigida y producida por Ricky Gervais, actor, productor, guionista, cómico y gran defensor de los derechos de las personas LGTBI. Es una serie que NO TE PUEDES PERDER. Ricky ha dibujado una historia en la que pasas de la risa al llanto, de la tristeza a la alegría, de la miseria a la explosión, del absurdo a la autenticidad más real. Desde su pena, desde su tristeza, desde su dolor, Tony teje una serie de relaciones, de microhistorias con las gentes que viven en el pueblo, que construyen una de las comunidades más divertidas, locas, amorosas, penosas, dolorosas, alegres, soeces, ridículas, entrañables y excepcionales del mundo de las series de televisión. Matt, Lenny, Kath, Sandy, Emma, Anne, Pat, Roxy, Ray (el padre de Tony), Valerie, June, James…, Son, sin darse cuenta, el proyecto de redención de Tony. Su gran misión es, y desde su pena, su despecho, su tristeza, y sus ganas de ayudar, hacer que todos sean más felices. Todas y todos. Sin excepción. Tony, como un ángel despliega desde sus alas esa ironía, cabreo, ira, mala leche, humor fino, cansancio… ¡Y todo fluye, y todo es más fácil, y todos son más felices!

No voy a hacer spoiler, pero el final es MARAVILLOSO… ¡Único!

Cuando el propósito de alguien es hacer el bien. Lo consigue. Aún a expensas de su cruz. ¡Y en este caso, la cruz pesa mucho!

El Príncipe ha perdido su corona…

Ayer terminamos de ver la espectacular 4ª temporada de la «joya de la corona» de Netflix: «The Crown». No hay ni puntos ni comas, ni aristas ni vaguedades… ¡Impecable! Destacando las interpretaciones de Emma Corrin (Diana), Josh O´Connor (Carlos) y la impresionante actuación de Gillian Anderson como Margaret Thatcher (sin olvidarnos de las recurrentes Olivia Colman (Isabel II) y de la maravillosa Helena Bonham Carter como la Princesa Margarita). Tal es el nivel que ha alcanzado la serie, que ha superado a sus otras tres temporadas en ratio de calidad y crítica: en Rotten Tomatoes tiene un 97% y en Metacritic un 82%.

Pero lo que más me llamó la atención de este último capítulo fue la enconada defensa del fracaso de la relación que hace Carlos frente a Diana. Ella (Diana), es la adúltera. Él no. Porque él está enamorado de su gran amor: Camilla. Diana sólo tenía que cumplír las expectativas de los que prepararon este enlace para salvar la corona y dar herederos al futuro rey. ¿Es que Diana no estaba enamorada de Carlos? ¿Diana no vivió embrujada, encantada en su palacio, adorada por el público, odiada por la familia, repudiada por su marido… ¡Por amor!? Se abre debate… 🤔

El Príncipe ha perdido su corona... post de @JgAmago en #Reinventarseblog con imagen de Unsplash
Imagen de Raychan en Unsplash

Ortega y Gasset dijo:

«Empezando por la monarquía y siguiendo por la iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo»

Ortega y Gasset

Carlos, al igual que su tío Eduardo, renunció a la corona (quizás sin saberlo), por amor. Harry, su hijo, ha decidido lo mismo. ¿Es la corona incompatible con el amor? ¿Es la corona una distopia en el S.XXI? ¿El amor es tiempo de otras realidades? ¿Es el amor una realidad, o una ficción?

Cuento de Hadas

La nueva temporada de la obra maestra de Netflix, «The Crown», no está dejando indiferente a nadie. Hasta tal punto que el gobierno británico ha pedido que, en los títulos de comienzo de cada capítulo, aparezca una referencia a que se trata de una ficción. Esta polvareda se está levantando por la imagen que se están lanzando de la difunta Lady Di, Diana Spencer, magníficamente interpretada por la actriz Emma Corrin. Y la pregunta que nos hacemos en casa, después de ver cada magnífico capítulo es: ¿Realmente Diana desconocía el «charco» en el que se estaba metiendo? ¿Estaba enamorada hasta «las trancas» de Carlos? ¿Era una ingenua? ¿Se creyó su propio cuento de hadas?

Cuento de hadas, post de @JgAmago en #ReinventarseBlog
Imagen de Annie Spratt en Unsplash

Ficción o verdad, Diana fue un juguete roto a manos de un estamento tan demodé como sus propias normas (la escena en la que Diana entra en el palacio y la princesa Margarita le dice cómo y a quién debe el saludo es angustiosa). Yo no soy anti monarca, ni mucho menos, pero la realidad de su propio estatus está fuera de lugar en esta sociedad. Es puro anacronismo del pasado. En Inglaterra, en España, en Bélgica, en Holanda o en Marruecos. Y su «modernización» se enfrenta a su propio lastre: la tradición. El escritor Carlos Fuentes dijo:

«Para crear debes estar consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones debes crear algo nuevo».

Carlos Fuentes (1928-2012)

Cada sábado seguiremos saboreando sorbo a sorbo, como el buen brandy o whisky, un capítulo de esta enorme serie y, que cada memoria individual se construya la semblanza de una mujer que se creyó vivir un cuento de hadas, y al final no supo vivir nada más que una pesadilla.