La Cuesta

Anoche comentábamos que apenas hay rastro de la «cuesta de enero». Antes, y hasta no hace mucho, era empezar las rebajas y ya se hablaba en todos los medios de la temida «cuesta de enero», esa pendiente que a todos los ciudadanos se nos hacía más inclinada aún, tras los excesos navideños, y que viene acompañada de frío, inclemencias e incertidumbres. ¡No te digo ya cuando febrero asomaba! El parón era notorio.

Pero ahora, parece ser que no. Los locales, las terrazas, los restaurantes, los bares están «al máximo». El movimiento post pandemia ha activado la necesidad de vivir la calle, de salir, de explorar, de disfrutar. Eso es bueno, claro. Los negocios que peor lo pasaron en los meses del confinamiento y posteriores, necesitaban esa inyección de confianza, respaldo y apoyo.

Y en parte, comentábamos anoche, que quizás esto se deba hay que ya no hay etapas tan marcadas como antes. La primavera se funde con el invierno, que a su vez sueña con el verano. La Semana Santa se confunde con mayo. El verano huele a turrón y lotería de Navidad. La Navidad sueña con los días más largos de marzo… El tiempo pasa tan rápido, que cuando te das cuenta es jueves… ¡Y de repente, es domingo por la tarde y ya estás preparando el «tuper» de comida y la ropa del lunes! El tiempo, no nos deja disfrutar de las cosas que requieren un tiempo.

Qué gran verdad quien dijo:

«Disfruta de tu tiempo porque el tiempo no vuelve, lo que vuelve es el arrepentimiento de haber perdido el tiempo»

Anónimo

Programad@s

Vivimos sometidos a una constante programación. Desde que amanece el día, hasta que depositamos nuestro cuerpo, en la noche, en el sofá o en la cama, la jornada se diseña como si fueres una grilla de programación. Programamos el despertador para levantarnos, el microondas para calentar el café (o la inducción si eres de hacerte el café fresco cada mañana), el horario de coger el transporte público o el coche (para evitar atascos). Programamos la emisora, el podcast o la playlist que deseamos escuchar. Nos programan el fichaje en las empresas. La agenda del día. Las reuniones. Los Teams, Zoom, Meets o las presenciales. Tenemos un turno de comida programado (y ¡Ay como te salgas de él! El office está completo). Las pausas para un cigarro. O del segundo, tercer o cuarto café. Programamos las citas del médico, el gimnasio, la piscina… Buscamos un hueco para programar el paso por el super -camino de casa-. Programamos con mucho tiempo los viajes, las vacaciones, los hoteles, los vuelos, los trenes… Buscamos en el maremágnum de la agenda, huecos para programar una cena con la pandilla, o una excursión al campo. Todo, o casi todo, tiene una fecha, una hora de comienzo, y de expiración.

Lo espontáneo, casi se penaliza. Somos pasto del código que otros manejan. Nos programan las noticias, los mensajes, los libros que queremos leer, las películas que podemos ver… El algoritmo nos maneja como títeres sin alma. Y, muy a pesar nuestro, nos sentimos cómodos en este diseño de las cosas. Nuestro orden depende del orden de otros, incluso del orden mundial.

El informático y maestro de la computación, Alan Perlis dijo que:

«Un lenguaje de programación es de bajo nivel, cuando requiere que prestes atención a los irrelevante»

Alan Perlis (1992-1990)

Está claro, que los diseñadores de nuestras experiencias programadas, fueron de aprobado raso.

Socialité

No… No voy a hacer bandera del programa «rosa» de la cadena Mediaset. No. Este post surge tras ver el exquisito capítulo 3, de la tercera temporada de esa «joya» visual de Netflix titulada «The Crown», y basada en la vida, obra y milagros de la reina Isabel II de Inglaterra.

Ya supimos de las diferencias entre la princesa Margarita (hermana pequeña de Lilibeth), y la «queen». En este capítulo (non spoiler), se consolida el motivo de esas notables discrepancias: la empatía, el don de gentes, la «socialité».

Socialite post de @jgamago en #Reinventarse
Photo by Louis Hansel on Unsplash

Me considero una persona sociable. Lo he sido toda mi vida. Me gusta conocer gente, aprender de las personas, saber de experiencias, compartir vivencias, viajar, leer, mirar, descubrir… Creo que la socialización es una fuente inagotable de sabiduría para una persona, y para el grupo. Ahora bien: hay que saber medir el grado de compensación entre lo que otros ofrecen, lo que tú demandas, y lo que el resto solicita.

La edad marca la pauta: somos jóvenes y vivimos de experiencias locas…, maduramos y empezamos a separar el grano de la paja…, nos consolidamos y vamos asentando lazos estrechos…, pero siempre alerta a las nuevas oportunidades, a nuevas «socialités» que nos aporten algo real. Vida.

Tras el boom planetario de Rihanna, y tras unos años dedicados a otras facetas creativas, la cantante declaró hace poco: «Mi círculo de amistades cada vez es más pequeño. Y créanme que cada vez estoy mejor».

Emoción

En la vida deberíamos estar siempre emocionados. Por vivir, en primer lugar. Por disfrutar de las pequeñas cosas. Por permitirse un capricho. Por sorprenderse con algo nuevo. Por ilusionarse con alguien especial. Por despertarse junto a la persona que quieres. Por acostarse sól@, si el deseo es estarlo (que no sentirse sol@).

Emoción por @JgAmago en ReInventarse
Photo by mostafa meraji on Unsplash

Es difícil no perder la perspectiva de la «emoción» cuando las cosas se tuercen. Incluso cuando las dificultades se prolongan en esto que llamamos «vida» (o supervivencia para los más pesimistas).

En esos momentos, me acuerdo de aquella canción de Serrat que decía: «Hoy puede ser un gran día…».

Velocidad

Llega un momento en el que hay que parar. No es normal. Más de dos meses sin tener un fin de semana sin actividad. Para no hacer nada. Y los próximos dos siguientes pintan igual… ¡O peor! ¿Qué estamos haciendo con nuestras vidas?

Ayer, mientras fumaba un cigarro con familiares de mi marido, en un momento de calma tras un fin de semana de intensa actividad, difícil, dura, triste…, comentábamos cómo había pasado el año. ¡Volando! Llega otra Navidad (rara, eso sí), y pronto tendremos la Semana Santa, y después los puentes de Mayo; y luego el verano -que pasa como una exhalación-; y de pronto la vuelta al cole; y luego Halloween; y sin darte cuenta Navidad otra vez… Viajamos en AVE para aprovechar el tiempo cuando nuestra vida es nuestro particular tren de alta velocidad

Velocidad post de @jgamago en #reinventarse

Photo by Florian Steciuk on Unsplash

Y entonces, cuando la autopista se acaba, en algunos casos no podemos ni reflexionar cómo ha sido ese viaje de 365 días a la velocidad del AVE. Y si tenemos la osadía de pensar en lo dejado atrá, nos proponemos que el año que viene haremos las cosas de otra manera para bajar la actividad, frenar la intensidad, y reducir la velocidad de las cosas. 

Es entonces cuando nos engañamos. Una vez más. A la velocidad de la luz.