Memorabilia

Se llama (bueno, se llamaba, ya que murió el pasado 6 de marzo), Lou Ottens. Y a los que somos de la Generación X, Generación Y, o Babyboomers nos marcó la vida y significó una revolución tan grande como lo fue en su momento Spotify. ¿Sabes quién fue Lou Ottens y qué inventó? No. Yo tampoco hasta que leí la noticia en la web de ComputerHoy. Lou fue el inventor de la cinta de cassette. Esa maravilla que nos facilitó poder tener la música de nuestros cantantes favoritos en el coche, en casa, camino del trabajo, en el bus o el tren cuando viajábamos… Esa pieza que nos permitió guardarnos las canciones que escuchábamos en la radio (los primeros pasos del pirateo masivo), a golpe de play/rec y que nos jorobaba mogollón cuando el DJ nos la pisaba y teníamos que cortar. Ese artilugio que reinventó el «boli BIC» y lo convirtió en el kit de supervivencia de la música «a medida». Este señor, Lou Ottens, nos dejó a los 94 años de edad. DEP.

Si yo le muestro hoy esto a mi sobrino de 12 años… ¡Me miraría raro! (Aún recuerdo cómo miró la colección de vinilos que tenemos en el salón el primer día que subió a casa). El concepto físico de determinadas cosas se ha perdido con la percepción de que todo está en la nube, de que todo es intangible. ¿Podemos tocar a Netflix, Apple Music o Spotify, como tocábamos las cintas de video, los CD, los DVD o las cassettes? ¡No!

Seguro que la mayoría recordaremos a Steve Jobs, a Elon Musk, a Jeff Bezos o a Bill Gates. Yo hoy quiero rendir mi modesto y humilde homenaje al creador que facilitó que, una parte importante de mis experiencias y vivencias, tengan una banda sonora.

Cuento de Hadas

La nueva temporada de la obra maestra de Netflix, «The Crown», no está dejando indiferente a nadie. Hasta tal punto que el gobierno británico ha pedido que, en los títulos de comienzo de cada capítulo, aparezca una referencia a que se trata de una ficción. Esta polvareda se está levantando por la imagen que se están lanzando de la difunta Lady Di, Diana Spencer, magníficamente interpretada por la actriz Emma Corrin. Y la pregunta que nos hacemos en casa, después de ver cada magnífico capítulo es: ¿Realmente Diana desconocía el «charco» en el que se estaba metiendo? ¿Estaba enamorada hasta «las trancas» de Carlos? ¿Era una ingenua? ¿Se creyó su propio cuento de hadas?

Cuento de hadas, post de @JgAmago en #ReinventarseBlog
Imagen de Annie Spratt en Unsplash

Ficción o verdad, Diana fue un juguete roto a manos de un estamento tan demodé como sus propias normas (la escena en la que Diana entra en el palacio y la princesa Margarita le dice cómo y a quién debe el saludo es angustiosa). Yo no soy anti monarca, ni mucho menos, pero la realidad de su propio estatus está fuera de lugar en esta sociedad. Es puro anacronismo del pasado. En Inglaterra, en España, en Bélgica, en Holanda o en Marruecos. Y su «modernización» se enfrenta a su propio lastre: la tradición. El escritor Carlos Fuentes dijo:

«Para crear debes estar consciente de las tradiciones, pero para mantener las tradiciones debes crear algo nuevo».

Carlos Fuentes (1928-2012)

Cada sábado seguiremos saboreando sorbo a sorbo, como el buen brandy o whisky, un capítulo de esta enorme serie y, que cada memoria individual se construya la semblanza de una mujer que se creyó vivir un cuento de hadas, y al final no supo vivir nada más que una pesadilla.

El guardían de los secretos

Se lo prometí a Oscar este verano, en Copenhague, cenando con nuestras respectivas parejas en el cento de la ciudad, mientras que el frío verano del norte de Europa nos despertaba del mágico letargo que el verano español nos acurruca durante los meses de julio y agosto. Íbamos forrados de los pies a la cabeza, añorando por unos días los shorts y las chanclas. Pero no importaba. Como siempre que tenemos la oportunidad de coincidir con Oscar y Josep, fue una cena maravillosa, repleta de anécdotas, experiencias, sugerencias, recomendaciones, arte, literatura… Hasta rompimos nuestro celibato «carnívoro» y nos zampamos una espectacular hamburguesa. La noche lo merecía.

Al volver al hotel comprobé que uno de los tesoros que me acompañó durante aquella semana por Escandinavia aún seguía presente. En mi mochila seguía escondido el ejemplar de «El guardián de los secretos« que Oscar nos había dedicado en la Fería del Libro de Madrid. – ¡Oscar, te prometo que en el tren de Malmö a Estocolmo comienzo el libro! Y así fue. No sólo lo comencé, si no que casi lo terminé. En esas cinco horas de trayecto me perdí los paisajes, los pueblos en los que el tren paraba, las gentes que circulaban por los andenes, varias partidas al «Solitario» y hasta la barra libre de café o té. El tiempo se detuvo, las páginas volaban y las letras desfilaban a la velocidad de la luz por mi retina. Emoción, pasión, rabia, lágrimas… Un torbellino de sensaciones con aromas de recuerdo, con esencias de presente, con armonías de un pasado, con deseos para el futuro. Esperanza.

El libro lo acabé en el vuelo de vuelta de Estocolmo a Barcelona. La historia de Enara, Miguel y Ximo es la historia de muchos otros amores, de cientos de descubrimientos, de miles de relaciones que parten de un misterio: el inexcrutable deseo de encontrar la felicidad. En un paisaje, en una canción, en un cuadro, en la mar, en la oscuridad, en la luz, en una persona, en una mascota, en la soledad. También es la historia de la historia, un tiempo remoto en el que amar fue pecado, y un presente en el que querer y desear ya no lo es tanto… ¿O sí? Pero pase lo que pase, el amor y la amistad (nunca enfrentadas, siempre parelelos), aguantan envites que ni el enfurecido mar, ni la dictadura, ni el tiempo pueden quebrantar.

No importa lo que me haya perdido. No le guardo rencor a «El guardían de los secretos» por haberme abstraído de mi realidad durante tantas horas. «Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro», dijo Emily Dickinson.

«Hay grandes libros en el mundo, y grandes mundos en los libros», dijo alguien más sabio que yo. En el libro de Oscar Hernández hay tantos mundos, que su lectura te invita a vivirlos, a experimentarlos y a compartirlos. Sin secretos. Debemos ser los guardianes de nuestros propios sueños que, quizás algunos años más tarde, se puedan cumplir vividos en la piel de otros.

PD: Oscar, mil disculpas por haber tardado tanto en escribir esta reseña.