Aún estamos sobrecogidos por los acontecimientos de Texas a principios de la semana. Un joven de 18 años, dispara a su abuela, salta la valla de un colegio y tirotea a los profesores y alumnos, dejando tras de sí, 21 muertos (19 niños y niñas, y dos profesores), y 15 heridos. Salvador Ramos era un joven… «normal». ¿Qué ha pasado, entonces, por su cabeza para asesinar sin pudor, sin miramientos a inocentes conciudadanos? Y teniendo en cuenta que no es el primero (y desafortunadamente, tampoco será el último), ¿Qué mueve a una persona a agarrar dos fusiles y liarse a tiros?
El odio suele construirse sobre premisas sesgadas y erróneas. Es ese gusano que se cuela por la nariz, que se introduce lentamente en el cerebro y lo invade, lo embriaga, lo controla… Y baja al corazón. Y éste impulsa la sangre a la velocidad del AVE para apretar los puños, la quijada, torcer el gesto y fruncir los ojos. La ira, el descontrol. El foco en la presa. Y el gusano se ha convertido en una Boa Constrictor tan grande, tan poderosa, que estrangula la razón, y explota en la sinrazón. ¡Boom!
Hablaba la semana pasada del documental «El Dilema de las Redes Sociales» (The Social Dilema en Netflix) y cada vez son más las voces de «ex» trabajadores/as de estas gigantes y poderosas plataformas las que sacan a la luz los trapos sucios de las redes sociales. Así en Genbeta leía esta semana las declaraciones de Tim Kendall, exresponsable de monetización de Facebook llegando a compararla con la industria tabacalera:
«Seguimos el libro de jugadas de las grandes tabacaleras, trabajando para que nuestra oferta sea adictiva desde el principio».
Tim Kendall, exempleado de Facebook.
En La Vanguardia leí el pasado 19 de septiembre «La Contra» de Ima Sanchis (solo podrás leer el artículo si estás suscrito), la entrevista que hizo a Michel Desmurget, director de investigación del Instituto Nacional de la Salud en Francia. Desmurget destroza a la Generación Millenial y siguientes, poniendo como parapeto a la digitalización de la sociedad. Lindezas como:
«Los millennials son la primera generación en tener un CI promedio más bajo que la generación anterior, y las pantallas tienen una responsabilidad incontestable».
«Lo peor es ver devastado el desarrollo de nuestros hijos de esta manera. Bueno, no todos ellos, los altos ejecutivos de las industrias digitales tienen especial cuidado en proteger a sus hijos de los productos que nos venden».
(Pregunta Ima: ¿Lo mejor para los niñ@s?) «No son pantallas, sino personas y acción. Necesitan palabras, sonrisas, abrazos. Necesitan aburrirse, soñar, jugar, imaginar, correr, tocar, manipular, que les lean cuentos. Mirar el mundo que los rodea, interactuar. En el corazón de estas necesidades, la pantalla es una corriente de hielo que congela el desarrollo».
(Pregunta Ima: ¿Cómo serán estos nativos digitales cuando sean adultos?) «Privados de lenguaje, concentración, cultura; de las herramientas fundamentales del pensamiento, se convertirán en una casta subordinada de artistas entusiastas, estupefactos por el entretenimiento tonto y felices con su destino».
Y ante evidencias como estas (y otras tantas que llevan avisando de la excesiva «pantallización» de nuestra sociedad, digitalizamos las aulas, potenciamos el e-Learning y el Social Learning, ponemos a nuestros cachorros a mirar el movil o la tablet «para que no molesten», y les invitamos a un chute de beats y megabites por segundo para calmar su ansiedad. ¡Ojo! Y los que me conocen saben que soy un defensor a ultranza de las nuevas tecnologías, del teletrabajo, de la educación en nuevas tecnologías, de la teleformación etc., pero tengo los conocimientos, la razón, la habilidad y destreza para apagar mi conexión con la pantalla y conectar con las realidades que me rodean. Y ahí está la clave: tener los conocimientos, la capacidad de evaluar, decidir y valorar cuándo la conexión a Internet debe tomar nuestras neuronas, y cuándo no. Y eso se aprende, pero también se enseña.
«La actual locura digital es veneno».
Es hora de encontrar el antídoto a esta picadura letal.
Leo una interesante reflexión de Andrés Pérez Ortega ( @marcapersonal ) en su estupendo #blog «Estrategia Personal» y comienzo destacando esta frase a la que hace mención:
«Odio a la gente, me gustan las personas»
Andrés Pérez Ortega, Estrategia Personal, «Personalidad, No #Todossomos». 12 de junio 2020
La sociedad del S. XXI se posiciona de manera inmediata ante los movimientos que la red social viraliza. #NoesNo, #MeToo, #BlackLivesMatter o #LoveIsLove son algunas de las mareas sociales que agitan con tan sólo un click, empatías, odios viscerales, alzamientos colectivos, violencia, enfrentamientos… En, algunos casos, derogan dirigentes y se activan leyes y recursos necesarios para combatir dicha desigualdad .
Considero que estas movilizaciones son necesarias porque generan que las sociedades despierten de su apatía, de cierta total conformidad (que se transforma en confrontación), con las injusticias, y los líderes políticos o sociales que pasan de largo sobre ellas. Ahora bien ¿El «todos somos» implica que debes dejar de pensar en «el tú/yo eres/soy y pienso como…»? O estás a favor, o estás en contra. Eres «de unos, o de otros».
Fotografía de Nathan Dumlao en Unsplash
Apunta Andrés Pérez Ortega en su post:
Las Redes Sociales han sido el caldo de cultivo perfecto para despersonalizarte, para despojarte de tu individualidad, para destruir tu Marca Personal y sustituirla por una Marca Social/Colectiva. Fíjate que es curioso porque nos dijeron que gracias a Internet podrías ser tú mismo.
Andrés Pérez Ortega, Estrategia Personal, «Personalidad, No #Todossomos». 12 de junio 2020
Las imágenes de los policías sobre el cuello de George Floyd, o el terrible empujón que le dieron al señor que apoyaba la manifestación, y otros cientos de casos de demostración de testorena corporativa, son lamentables y demuestran que seguimos dividiendo a esta sociedad en categorías: por el color, por la orientación sexual, por la diversidad, por su poder adquisitivo… ¡Por la diferencia! Ahora bien, que comparta mi indignación por estos acontecimientos, no implica que esté conforme con que se censuren películas, se revise la historia de manera casi inquisitorial o con la etiqueta de que todos los policías sean unos salvajes. No. Empatizar y apoyar al movimiento #BlackLivesMatter (o el que sea), no debe significar otras implicaciones satélite que la «masa», el «todos», deciden… ¿Quién decide?
La historia (triste o desafortunada), no puede olvidarse. Debemos aprender de la historia. Censurarla es esconderla. ¿Se deben esconder todas las películas sobre el genocidio nazi? No.
Paul Valéry dijo:
«La historia es la ciencia de lo que nunca sucede dos veces»
Paul Valéry
Hagamos historia. Trabajemos (todos, y uno a uno), para que estas injusticias no vuelvan a suceder.
Pero el mayor fracaso al que nos ha llevado esta situación ha sido el de NO hablar, comunicar, conversar, dialogar… Vivimos en el S.XXI, la era de la comunicación bidireccional, y han sido incapaces de sentarse a hablar. Con la hoja en blanco. Libres de intereses. Han sido y son incapaces de DIALOGAR. ¿Para eso les hemos elegido? Y yo me pregunto: ¿para eso les vamos a volver a elegir?
Imagen de Hasan Almansi en Unplash.com
Y su fracaso lo pagamos tod@s. Guerras en las calles, familias enfrentadas, parejas enfadadas, amigos en conflicto… La sociedad en guerra por la falta de diálogo.
Estamos hartos de oír esa palabra. Influencers. Influyentes. Dícese de las personas que con sus comentarios «sociales», se convierten en referentes, modelos, puntos de referencia, centro de atención para el resto de los mortales que no tenemos la voluntad, ganas o interés en ser el epicentro de nuestro propio mundo.
Mi respeto hacia aquellos que se trabajen su marca personal con el objetivo de posicionarse en esta aventura socialmedia y de comunicación masiva. No les arriendo las ganancias. Las marcas mandan. Los patrocinadores deciden. Tú cumples un contrato. ¿Qué pasa cuando la experiencia vital está por encima de la utilidad mercantil? Que es entonces cuando viene el desajuste y el bloqueo.
Imagen gracias al blog @puromarketing
Muchos son, han sido y serán los Influencers que han dinamitado sus carreras por abandonar su papel de influyentes y encontrarse con su realidad, la que les define como persona, como ser vivo. El perdón frente al olvido. Si los políticos fácilmente se olvidan de lo que prometen cuando llegan al poder… ¿Por qué no yo? Vuelta a empezar.
El irrefrenable deseo de un porcentaje muy alto de la sociedad en llegar a ser «famoso», frente a la frustración interna y vital del 90% de ese porcentaje que nunca llegará a serlo.