Las últimas vacaciones de Semana Santa han significado tres cosas a resaltar en mi cotidianeidad: un reencuentro más calmado, sosegado y gozoso con Lisboa; seguir sumando argumentos para desmadejar las teorías que muchos españoles hacen para afirmar que vivimos en un país fácil para todos; y terminarme el nuevo libro de David Trueba (flamante premio de la Crítica 2008) titulado “Saber Perder”.
Con Lisboa tuve mi primer encuentro hace 25 años. Sólo recuerdo a los moros vendiendo chocolate y hachis en la explanada de los Jerónimos, cruzar el río por el magnífico puente -copia del Golden Bridge- y la subida al cristo, estupenda copia del de Río de Janeiro. Entonces tuve la idea de que todo era copia. ¿Qué tenía de original? Volví en el 2006, invitados mi pareja y yo por nuestro amigo Albinho Acuña, director del Festival de Cine LGTB de Lisboa, y entonces me empezó a cambiar el chip y a descubrir una ciudad llena de sitios únicos, de una luz mágica (me recordaba un poco a Estambul), de un aroma especial, de unos sonidos melancólicos, (bañada constantemente por el Fado). Como nos supo a poco, decidimos dedicar estas vacaciones de Semana Santa a volver a Lisboa y reafirmé todas esas sensaciones potenciándolas por diez. No hay nada como caminar, como subir cuestas, escalar empinadas y tortuosas escaleras, asomarte a los miradores, meterte por las callejuelas de Alfama, Barrio Alto, Chiado, la elegancia de Lapa, los aires de Belem…, la sobriedad burguesa de Liberdade… Cada visita, cada tienda, cada monumento, cada rincón, cada restaurante (¡¡qué homenajes a bacalao, pulpo y pastéix de nata me he pegado!!) ha significado un regalo para el descanso de estos días.
Tengo que señalar que me ha sorprendido gratamente la facilidad de acceso a la ciudad. Dentro de la dificultad que conlleva moverse por Lisboa, con esas calles mal empedradas, desgastadas, hasta cutres y estrechas, me fijo mucho (enfermiza deformación profesional) en la accesibilidad de la misma y, contando que el movimiento por esa ciudad requiere de unos brazos potentes y un acompañante de fornida complexión, me sorprendió ver a muchos turistas en silla de ruedas manejándose sin problemas por los barrios más complicados. Pero lo que más llamó la atención, es la accesibilidad de los medios públicos, principalmente de los medios de comunicación, la televisión. Las cuatro cadenas oficiales de televisión de Portugal subtitulan y signan TODOS los programas. TODOS. Los españoles, que pregonamos a los siete vientos nuestra pertenencia al G-20 a todos esos grupos selectos económicos, financieros, lobbys de poder, etc., nosotros que somos abanderados de una sociedad tolerante, plural, facilitadora e igualitaria, tenemos una televisión que solo subtitula los informativos de la mañana y los debates parlamentarios. Y poco más. Las privadas, que por deferencia deberían ser solidarios, porque no olvidemos que son concesiones públicas, pues menos todavía. Una vez más: ¿Dónde está el colectivo para exigir duramente una accesibilidad total? Si todavía nos hicieran ver que es difícil técnicamente…, pues lo entenderíamos, pero ejemplos los hay y a patadas. Es voluntad. Nada más. Si el lobby de la discapacidad tuviera tanta fuerza como lo tiene el lobby gay, otro gallo cantaría, porque últimamente en todas las series “top” aparecen como champiñones personajes LGTB. ¿Dónde están los personajes discapacitados? Una serie de Telemadrid, que era un produce placement puro y duro de Telefónica, los incorporó. Su repercusión: cero. ¿Para cuándo un chico ciego o en silla de ruedas en “Física o Química”? por ejemplo.
Seguimos matando moscas a cañonazos. Y seguimos sin aprender.
Finalmente, las vacaciones han significado retomar la lectura (sólo leo cuando viajo, ya sea en metro, bus, avión o AVE) y me he ventilado en estos cuatro días el último y maravilloso libro de David Trueba: “Saber perder”. Para mi gran regocijo ayer le otorgaron el premio Nacional de Crítica, y tengo que decir que si ya con “Cuatro Amigos” me fascinó, con esta nueva novela me ha enganchado de manera brutal. Los cuatro personajes de la novela se mueven entre la decadencia, la derrota, la ilusión y la esperanza, pero en ningún momento tienes la sensación triste de la pérdida, del fracaso, de la humillación. Tiene un lado tierno magnífico, un lado humano increíble, bajo el manejo excepcional de la narración. Cada frase es un disparo de inteligencia, un bote salvavidas al que amarrarte y seguir navegando por las historias y por el mar de su narración. Tuve la suerte de conocer a David y de que me firmara su primer libro con una dedicatoria. Espero poder volver a encontrarle para pedirle, por favor, que me firme esta maravillosa obra maestra.
Después de esta estupenda lectura, he descubierto que yo también sé perder en la vida igual que en el juego y me siento un poco Ave Fenix. Gracias por pasarme el libro.
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