Lo de Ángel Gabilondo creo que ha sido un acierto (me encantó la entrevista que le hizo su hermano Iñaki en Cuatro) porque es un señor que siempre me ha parecido muy coherente (hoy se publica una fantástica entrevista en El País Semanal realizada por Juan Cruz). Me causó sorpresa el nombramiento de Ángeles González Sinde (y en el pasado Festival de Málaga los profesionales con los que saqué el tema, estaban poco convencidos de que pueda hacer algo por el Cine, ya veremos). Lo de Pepe Blanco y Chaves, pues sin comentarios. Elena Salgado me parece la “nueva Fernández de la Vega”, una mujer trabajadora, dura, elegante, discreta y muy lista. Queda Trinidad Jiménez, que es una mujer que se nos escapó como Alcaldesa de Madrid ante el torbellino Gallardón, pero yo creo que tiene una “madera” especial que confío despunte y que se convierta en una excelente ministra. Además que me parece de las más cercanas al pueblo, y eso es un tanto a favor.
Pero lo que me ha desbancado por completo es la inclusión de las políticas de Asuntos Sociales, dentro del Ministerio de Sanidad, que ahora se llama Ministerio de Sanidad y Política Social. Es un error de bulto. Y, que yo sepa, nadie ha dicho nada. ¿Volvemos las personas con discapacidad a meternos en el saco de la enfermedad, de la atención y asistencia sanitaria? No contentos con volver a asociaciones perversas, se suprime la Secretaría de Estado (capitaneada elegantemente por Amparo Valcarce que ahora es Delegada del Gobierno en Madrid) y seguimos callados. El organigrama del Ministerio (que aún no está modificado en la Web) se ha estructurado en torno a una Subsecretaría de Sanidad y Política Social, una Secretaría General de Sanidad y una tercera Secretaría General de Política Social, también se integra el Real Patronato Sobre Discapacidad. Ya veremos cómo se articula todo esto. Y dónde están defendidos los derechos a las personas con discapacidad.
Y sinceramente no me encaja porque, con el apoyo que el Gobierno de Zapatero ha prestado a los Asuntos Sociales, y con la promesa de que las ayudas no mermarán en esta hecatombe económico-financiera-social que estamos viviendo, no debemos descuidar la importancia de ser un ente autónomo, colegiado y con capacidad de actuación sin cortapisas. Tengo la impresión que, si ya en el anterior cambio de organigrama, si se hubiese mantenido dentro del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, no sé, pienso que mantendría ese estatus que ahora, creo, ha perdido. Y perder el rango, hoy en día, es un error que se paga caro.
Quedan tiempos y años difíciles con la presión de la dichosa crisis, las elecciones europeas (de la que no se libra el PSOE de un descalabro importante como no se pongan las pilas y actúen), las autonómicas, la presión del PP, -que salen de todas como gato panza arriba porque saben crear opinión y hacer ruido de manera estruendosa y efectiva-, el monstruoso índice del paro que no deja de subir como la espuma. Y si a todo este cóctel de bebidas venenosas, le sumamos la exclusión por género, discapacidad o raza, la situación de los menos favorecidos, de los que configuramos la diversidad social, puede pasar a niveles de cataclismo social. Normalmente, los políticos se activan ante el riesgo de perder sus privilegios. Quizás haya que recordar la máxima de Leonardo Da Vinci que dijo que “La desigualdad es el origen de todos los movimientos locales”. Ahora bien: ¿Cuántos pierden y cuántos ganan en estos movimientos?