Todos los meses son proclives para entregar premios: Premios Naranja, Premios Limón, Manzanas de oro, Garbanzos de plata, Misses y Misters, Majas y Majos de España, Oscar, Globos de Oro, Goyas, Max, Premios TP y toda la retahíla de nominaciones y candidaturas con nombres y categorías dispares. Fíjaos que hasta se premia a lo peor del año con frambuesas o con audiencias millonarias (¿alguien me puede decir por qué sigueen antena un programa como «Hombres, Mujeres y vicecersa»?).
El 90% de estos «premios» que se entregan son para personajes y personajillos que en infinidad de ocasiones no tienen méritos con los que laureal su «insigne persona» frente a los miles de seres que merecen la Cruz de Honor por el simple (y complicado) hecho de vivir. Los premios anónimos son los más merecidos sin ocupar ninguna página ni en el diario más remoto del pueblo más recóndito de la geografía española.
Las revistas de contenido LGTB (aquellas que están fuera del circuito porno-erótico) incluyen en sus páginas cartas al director de multitud de hombres y mujeres de provincias a los que les cuesta sangre, sudor y lágrimas vivir con su propia sexualidad: desde los padres y madres forzados por el peso de la educación represiva en la que hemos estado sumidos, (aunque quizás deba utilizar una conjunción del verbo en presente), a aquellos chicos y chicas que en el despertar de su sexualidad y en el dormir de su condición, se siente oprimidos por un entorno que aplasta la libertad de ser uno mismo. Pero lo que es norma en provincias, es habitual en las grandes capitales y en aquellas ciudades dormitorio que son cubículo de sentimientos homófobos. Muchos amigos míos que viven en ciudades dormitorio de Madrid o Barcelona, escapan al centro para sentirse realizados en su condición de gai o lesbiana. Y no sólo me refiero a los más amanerados, sino a los que a veces te cuesta identificar porque se salen del cliché tipo que televisiones, revistas o la propia calle quiere imponer.
Un premio, pues, para el chico que quiere abrazar a su novio en Móstoles o Mataró sin miedo a un escupitajo o una ostia; un premio para el hombre que desea vivir su condición de homosexual sin tener que taparse la boca con los besos de una esposa y las espaldas de un niño mientras que se pierde entre las saunas de los barrios de ambiente por que significaría un disgusto para su madre; premio para la chica que sale del instituto y la espera su novia, y se dan un beso sin que las demás identifiquen que es comportamiento de adolescente besucona; premio para la señora ama de casa que está harta del comportamiento machista y tendencioso de su marido y vomita tras cada acto sexual cuando su deseo es el roce de mujer contra mujer, y si lo lleva a cabo, pierde la custodia de sus hijos, y frustra su dignidad ante la familia y…
Un premio es un regalo para una persona, no físico, sino espiritual. Un premio es poder caminar de la mano de tu pareja sin miedo al salir de la zona marcada; un regalo es un beso espontáneo en la boda de un familiar sin ocultarlo en el WC; un premio es que los beneficios de tu empresa se puedan aplicar en tu pareja sea del sexo que sea; un premio es vivir como queremos, como nos merecemos, como cualquiera de los otros que tienen la suerte de ser… premiados.
Pero quizás sea verdad que, en el anonimato, los mejores premios son los de poder vivir como se quiere y vivir la vida con tolerancia porque, como dijo el gran Cervantes: “Al bien hacer jamás le falta premio” .