Este viernes, bajaba deprisa por la calle Montera de Madrid, sorteando prostitutas inmigrantes, hombres anuncio comprando oro, y algún que otro delincuente recién salido de la comisaría, camino del metro (venía de Chueca de recoger las nuevas revistas gratuitas LGTB para mandarlas a mi amigo Carlos en Gran Canaria), cuando de repente, en ambas ceras de la calle Montera, me encuentro unas enormes filas de chicas y chicos quinceañeros que bordeaban varias tiendas de tatoos y piercings. Como uno es muy curioso, me acerqué un poco más a ver qué pasaba y cual fue mi sorpresa cuando, al llegar casi al escaparate, pude comprobar un enorme anuncio que decía: “Dos piercings por el precio de uno y te regalamos un tatoo”. No sabía yo que Carrefour había abierto una sede exclusiva para tatuarse la piel (por aquello del 2×1).
Que conste que a mi me parece muy correcto que la gente se haga tatuajes y se taladre el cuerpo como le venga en gana, pero con sentido común y criterio. Yo tengo un pequeño tatoo, me lo hice con 30 años, y ya sabía que iba a ser para toda la vida. ¿Son estos jóvenes conscientes de que eso es para toda la vida? ¿Es que se imaginan mayores con semejantes pegatinas arrugadas y deformadas sobres sus pieles? ¿Es que estos chicos se imaginan adultos, mayores o ancianos?
Y entonces me acordé del debate que el jueves habíamos tenido en la clase de inglés con nuestro profesor David, que nos empezó a contar que había visto unos minutos del nuevo reality de La Sexta llamado Generación NiNi, y que se había quedado sorprendido, no solo de estos jóvenes parásitos, sino sobre todo de la ineficacia de sus padres como padres.
Y mientras bajaba hacia la Puerta del Sol, seguía pensando en si es posible una fórmula mágica que, espolvoreada en alguna de las decenas de birras, cubatas o kalimochos que esos jóvenes iban a pimplarse este fin de semana, les hiciera entrar en razón de que tienen TODO el derecho a divertirse, a relacionarse, a desmadrarse, a reir y a disfrutar de su juventud, pero a cambio aportar un poco de esfuerzo y tesón, bien para estudiar, bien para trabajar y hacer de sus vidas algo más que un continuo desvarío.
Cada mañana, aproximadamente a las 11:30 bajo a fumarme el primer cigarro a la calle, tras tomar un pequeño almuerzo en el office de la oficina, y siempre con mis compañeros de humo nos encontramos con el tiempo de recreo de los alumnos mayores del Colegio San Saturio de Madrid. El espectáculo es dantesco. Ellos y ellas. Mis compañeras, madres de infantes (5 y 2 años respectivamente) siempre se hacen la misma pregunta: ¿qué será de nosotras cuando los nuestros lleguen a esas edades?
Pues todo dependerá de los modelos, de los reflejos que ellos tengan en los medios de comunicación, y por supuesto de los padres, de la educación que ellos les sepan transmitir, de los valores que ellos les puedan inculcar. Sin censuras, sin miedos, sin ataduras… Y también de los profesores; ellos que para muchos de nosotros fueron modelos a los que nos queríamos parecer cuando fuésemos lo suficientemente mayores para identificar el sueño con la realidad. Ahora son peones de un juego en el que el rey/reina son los adolescentes, porque la autoridad (y ojo, la real, no de la mano o la vara) está completamente devaluada. Y mientras que el Ministro Gabilondo intenta recomponer un pacto por una educación que se valore y no se degrade, con el consenso de todos, los señores del PP tan solo se empeñan en seguir imponiendo sus modelos en los que primen los crucifijos, la educación religiosa y autoridad policial. Esa es la educación moderna que esta gente quiere.
Buda dijo que: “para enseñar a los demás, primero has de hacer tú algo muy duro: has de enderezarte a ti mismo”. Muchos de nuestros padres (de la gente de mi generación – y por supuesto más mayores) quizás no tuvieran una sólida formación escolar, pero tenían otros valores que nos han inculcado, con especial hincapié en el trabajo y el respeto a los mayores y a los tuyos. Y ahora ¿qué?
No creo que haya que llamar a este grueso de irresponsables, hedonistas, parásitos y lamentables juventudes aquello de Generación X, o Generación Y, mucho menos Generación NiNi, porque se lo creen y para qué queremos mas, no. A esta hornada precocida de adolescentes descerebrados no hay que llamarles nada. Ni jóvenes. Para que su propia ignorancia provoque su caída de ese olimpo de pésimas vanidades. Sin espejos no hay reflejos. Sin malas hierbas, no hay raíces a las que acogerse y trepar.
Hola Jesús,
soy educadora infantil y mamá de un peque de 3 años. Acabo de leer este artículo y me ha encantado, te había escrito un comentario muy largo pero, al tener que abrirme una cuenta en google creo que se ha borrado.
Pués te decía lo mucho que me ha gustado y lo de acuerdo que estoy con tus opiniones y críticas, aunque (para resumir todo lo que te había escrito antes)creo que el problema no está en que los padres de ahora no sepan cómo educar en valores, si no en el esfurezo que ello conlleva; educar y, sobretod, hacerlo bién, es agotador y no puedes bajar la guardia ni un momento. Es más fácil dejar a los niños delante de la TV o que se salgan con la suya que negociar, escucharls, poner normas y hacer que se cunplan… La mayoría delegan esas responsabilidades erróneamente a la escuela, a lo abuelos y, aunque saben que no lo hacen bién, piensan que ya tendrán tiempo de arreglarlo o, peor aún, ya vendrán «otros» a arreglarlo.
TOdabía habemos papás y mamás que intentamos hacerlo bién, inculcar valores desde la cuna, respetar rutinas y hábitos, poner normas, escuchar a nuestros hijos pero siendo firmes en las decisiones, que entiendan que hay consecuencias tras cualquier hacción, castigar retirando privilegios en vez de físicamente y todo ello demostrando siempre tu amor incondicional por tus hijos; para que se desarrollen equilibradamente, con seguridad y cariño.
Seguiré leyendo más,
un abrazo
Mayte
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