Ayer estuvimos viendo «Amour» la ultima película del siempre único e inclasificable director Michael Haneke. Y cuando terminó la película, estuve un largo rato sin hablar. Impactado. Descolocado. Abrumado. No estaba triste, sino dolido. No hay peor castigo que una enfermedad que dinamite, que mine, que destruya, que evapore el amor entre dos personas. Y me refiero (más que al anunciado momento de nuestra marcha hacia el otro lado, que termine con la realidad tangible de seguir queriendo a tu pareja) a esa injusta realidad que es la de dejar de conocer, de mirarse en los ojos del otro, de identificar, de recordar todo lo vivido (bueno o malo) entre dos personas cuando enfermedades malditas ponen fecha de caducidad a esa convivencia existencial, a ese loco y sano sentimiento que es el amor.
La película navega por miles de sensaciones. Te deja en ese estado de shock que no te permite ni la lágrima ni la indiferencia…, o el esbozo de una sonrisa. Te deja una rabia contenida que te hace mirar hacia adelante y a afianzarte en ese necesidad imperiosa por vivir. Por querer. Por demostrar AMOR. Y todo lo demás, que se vaya a la mierda.