Era tan fuerte, que calaba por las ventanas del hotel. Aún así nos permitió dormir a pierna suelta. Resultaba como un ronroneo. Pero impresionaba cuando abrías las ventanas y veías la violencia con la que las olas sacudían las rocas de las laderas de la playa. Y aún así, los surfistas se mecían en sus olas. Y a pesar de las mareas, hombres y mujeres se bañaban en las frías aguas del Cantábrico. ¡Los del norte están hechos de otra pasta! -Dijo una mujer cuando se percató de los aguerridos bañistas.

Y entre idas y vueltas, tiempo para mirar hacia el horizonte y ver a través de la niebla montañas, picos cubiertos de nieve, barcos cargueros cruzando la bahía, miradas más allá del móvil. Vimos gente en bañador, mujeres con visón, caballeros con corbata y chicos en vaqueros y skateboard. Algunos tomaban helados, otros café, muchos un vermout, algunos vino de la tierra.
Qué necesario es desconectar para conectar. Escasas 36 horas para encontrarte con que hay «una vida» después de la «otra vida«. Afortunadamente. Gracias Santander.