Los días de Nochebuena y de Reyes, la brisca era el acontecimiento oficial de las Navidades en la casa de mis padres. Esos dos días, la casa rebosaba de familia: mis hermanos, mis cuñadas, mis sobrinos, mi tío Suso, mi abuela, mis tíos Daniel y Gloria y mis primos nos hacíamos hueco en el salón para celebrar las fiestas. Mi madre y yo nos encargábamos de la logística. Tras la cena (comida el día de Reyes), tocaba la partida: brisca hasta que el cuerpo aguantara (para el lector más Millenial y joven del blog, aquí podéis leer las bases del juego). Ellos contra ellas. Y casi siempre ganaban ellas. Eso sí, mi abuela siempre hacía trampas (tenía un mal perder terrible), y ahí venía el cabreo de sus hijas (mi madre y mi tía Gloria), y el cachondeo y las risas infinitas por parte del resto. ¡Y no fallaba, siempre la pillaban en algún renuncio! Fueron Navidades muy especiales. Pero como en todas las familias, en todas las casas, unos se van, y otros vienen.

Desde hace algunos años, el protagonismo de las Navidades se centró en los nietos, mis sobrinos: Laura, Pablo y Adam. Las navidades pasadas, la estrella de la noche fue la primera biznieta de la familia, mi sobrina-nieta Olivia. Este año, como en otras muchas casas, sólo se ocuparán tres sillas del salón de la casa de mi madre. El coronavirus nos hace ser responsables. Los ejes familiares de Madrid, Barcelona y Alicante tendrán que esperar a volver a juntarse.
«La familia es como la música, algunas notas altas, otras bajas, pero siempre es una hermosa canción»
Anónimo.
Cambiaremos la brisca por la videoconferencia. Pero no es lo mismo.