Andar… ¡Sola!

El pasado jueves, cuando bajaba a la piscina sobre las 8 de la tarde (a esa hora los padres empiezan a replegar a sus niños para prepararse para el cole, y se puede nadar sin problemas), me encontré con una vecina con la que hacía tiempo no coincidía. De lejos me llamó y me dijo: ¿No te has enterado? Yo le pregunté que de qué me tenía que haber enterado. Ella me dijo: ¡Que mi marido se murió en mayo! ¡¡Me quedé fulminado!! Entrando en detalle, la semana que pasó yo estuve en Salou trabajando en un evento y claro, no vi el cartelito que se pone en el portal o en la garita del portero. Me disculpé, le di el pésame y estuvimos hablando un buen rato.

En un momento de la conversación, en el que mis argumentos se fundamentaban en que hay que seguir adelante, que están sus hijos, que tienes mucha vida por delante, que buscara nuevas ilusiones, etc…, me dice: –¡¡Por qué no me ha llevado a mi también!! Y rompe en desconsuelo. Uf… Yo no sabía que hacer… Como pude la consolé y nos despedimos. Esta señora, su marido (DEP), y mi madre (antes de que empezara con los problemas de movilidad), iban muchas tardes a caminar juntos por el Parque del Planetario. Se apreciaban mucho. Fuimos de los primeros vecinos de la urbanización hace ya 45 años y eran, son muy majos y muy respetuosos siempre.

En la piscina, fui incapaz de concentrarme y de hacer mi entrenamiento. Me puse a flotar, a intentar desconectar, a olvidarme un poco de esa situación. Entonces, instintivamente miré a la terraza de la casa de mi madre. No estaba asomada… Ya no. Curiosamente, otro vecino, me despejó de mi tristeza y comenzó a comentar que vaya cambio generacional se había producido en los últimos años en la urbanización. Ahora eran todo parejas jóvenes con niños/as y que la piscina estaba llena de los nietos de los primeros vecinos/as. ¡Ya quedamos muchos menos, me dijo! Y nos pusimos a contar bloque a bloque cuántos vecinos de los «primeros colonos» de la urbanización «Nuevo Parque», quedábamos. Pocos.

De acuerdo con los datos del último trimestre de 2020 del Instituto Nacional de Estadística (INE), el número total de viudos y viudas en España asciende a 2.917.800 personas. De ellos, 2.331.200 son mujeres, mientras que los hombres solo representan 586.600. Es decir, el 80 por ciento de los viudos/as en España son mujeres. Ellas, ahora, están aprendiendo a andar solas.

¿Humanidad?

Leo con tristeza una noticia en El País una noticia del pasado 27 de enero: «El fotógrafo René Robert muere congelado en las calles de parís tras una caída». Y se me erizan los cabellos. Entro en detalle. Su amigo, el periodista Michel Mompontet dijo tras conocer la triste noticia:

“Antes de dar lecciones y acusar a quien sea”, dijo, “hay que responder a una pregunta que me incomoda: ¿estoy seguro al 100% que si me viese confrontado a esta escena, un hombre en el suelo, me habría detenido? ¿Nunca me habría apartado de un sin techo que veo acostado ante una puerta? No poder estar seguro al 100% es un dolor que me persigue. Pero tenemos prisa, tenemos prisa, tenemos nuestras vidas, y apartamos la mirada”.

El País Cultura. 27/01/2021. Versión online

¿Tenemos respuesta a esas preguntas? ¿Somos los suficientemente valientes para responder a esas cuestiones? ¿Qué harías tú?

Tras leer el reportaje, me quedé muy descolocado. Cerré el iPad y seguí escuchando la música que salía del canal Mezzo en la televisión. Me quedé pensando y respondiéndome a aquellas preguntas.

Leon Tolstoi dijo:

«Todo el mundo piensa en cambiar la humanidad, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo»

León Tolstoi

La Soledad

Desde que murió mi madre, me fijo aún mucho más en las personas mayores. A veces me pregunto si estoy buscando en ellas un resquicio de su recuerdo… No lo se… Ha pasado muy poco tiempo, y en mi día a día siguen prevaleciendo mis rutinas con ella, sus horarios, su compañía… Tiempo al tiempo. Pero como decía, me fijo mucho más en las personas mayores, y concretamente en las mujeres mayores. Muchas de ellas viudas, como lo fue mi madre en sus últimos 22 años de vida.

Mi madre me hablaba mucho de sus amigas. Y, a pesar de que eran mujeres muy independientes, muy solventes, fuertes, que -como ella-, habían pasado una infancia y una juventud muy difícil, formaban un grupo muy alegre y vivaz. ¡Eran la revolución de los bailes de mayores de la Comunidad de Madrid! Juntas eran imparables. Pero en la soledad de sus casas, se sentían muy frágiles. Mi madre me contaba que dos de sus mejores amigas no sabían vivir solas. Una de ellas, en los meses de confinamiento, llegó a tratarse psicológicamente y a ser internada en un centro. No podía vivir sin compartir con sus amigas los cafés, los bailes, los paseos, las risas y las preocupaciones de sus hijas… La otra amiga, siempre necesitaba a un hombre en el que apoyarse. No sabía vivir sola. El resto se tuvieron que conformar con lo que había, con sus llamadas diarias para saber cómo habían pasado el día, para comentar el «Sálvame» o para hablar de esa pandemia que nos dejó a todos sin rumbo.

En el fantástico libro de mi gran amiga y admirada Esther Paniagua, «Error 404«, en su página 192 hace una mención a la soledad:

«La soledad es una de las grandes epidemias de los tiempos modernos, como lo ha sido siempre. ¿Por qué ahora que tenemos a miles de personas al alcance de un clic, ahora que estamos conectados con mucha más gente, seguimos sintiéndonos tan solos?

«Error 404». Esther Paniagua. Editoral Debate, página 192″

Veo a estas mujeres, agarradas as sus bolsos por miedo a un tirón, con las mascarillas tapando sus arrugas, y esas miradas que taladran y que te invitan a navegar por sus vidas, su día a día…, y me encantaría decirlas, con todo el cariño del mundo, que aprovechen el momento, que bailen, que rían, que salgan a merendar, que no sean esclavas de sus hijos/as o de los nietos, que viajen, que quieran, que se rían, que disfruten como -quizás-, no lo pudieron hacer cuando podrían. Que la vida son dos días, y al segundo vas, y te dejan.

La soledad era eso…

Cuando nos hacemos mayores, pensamos que la soledad no existe, porque vivimos del recuerdo acompañado de nuestra más efervecente madurez. Ahora bien… ¿Qué será de nosotros y de nuestra soledad? Quizás haya que «cambiar las baterías», porque probablemente la soledad será… esto.

Cambio de pilas.jpg

Te invito a ver este maravilloso cortometraje: Changing Batteries v/ RZ100Arte