El que más o el que menos, ha empezado un álbum de fotos en el que recoge plasmado cada momento de su vida que, en épocas tempranas, era definido por nuestros padres, por nuestros familiares más mayores que inmortalizaban nuestros primeros pasos como personas retratables, y que a medida que nos hemos ido haciendo mayores cambiaba los formatos, los encuadres, las compañías, los motivos y las razones para pegar una fotografía mas en el álbum colectivo de nuestro recuerdo. Entre esas miles de instantáneas que a lo largo de nuestra vida almacenamos en ese libro entre pastas de almidón, podemos recordar, ver y sonreír con nuestro bautizo, la primera comunión, el primer baño en la playa, la primera excursión con el colegio, el primer viaje de fin de curso, la Confirmación, nuestra primera Nochevieja, nuestro primer amor de mentira, nuestro primer amor de verdad, el primer viaje con tu primera pareja, los viajes con las siguientes, el recuerdo de tu verdadero amor, con el que compartes tu vida sin mirar aquellas otras fotografías con anhelo o añoranza, la boda de tus hermanos, de tus amigos, el bautizo de tus sobrinos, de los hijos de tus amigos… Recuerdos. Y es curioso, que vemos fotografías, porque ver videos es algo que aburre (si alguien me dice que organiza una cena para ver el video de un viaje o una boda, me escapo de ese trance de manera sibilina), y no nos cansamos de organizar esos recuerdos con cariño, aderezados de alguna carta, una rosa marchita, un programa de mano de un teatro, un billete de avión, un díptico de una exposición, una entrada de cine… Más recuerdos.
Pero ahora los álbumes de foto son virtuales, los marcos son digitales, el paso de las hojas con las fotos pegadas se ha convertido en un slize de fotos y lo que antes era la barriguita cervecera, o la ojera galopante de un exceso, se transforma en un cuerpo danone y una mirada felina. El Photoshop. Pero no contentos con todas estas mejoras que la fotografía digital nos ha aportado, y comprobando que las cosas vuelan, evolucionan a velocidades vertiginosas, la realidad de que todos somos mirones, de que todos somos periodistas del día a día con nuestro móviles, con las redes sociales, con la libertad de la era internauta, los que nos sumamos al carro del blog como “lo más de lo más” para expresar nuestras opiniones y compartir formas de pensar, de ver o de actuar entre aquellos que libremente las quieran recibir, resulta que estamos demodé porque ahora lo in es ser un flogger. Wikipedia dixit:
Se conoce como Flogger a una moda adolescente originaria de Argentina, que está estrechamente relacionada con Fotolog.com, un sitio web donde se suben fotos y donde sus usuarios pueden comentar en ellas. Se ha vuelto muy popular entre los jóvenes, para convertirse en casi un hábito o forma de vida. La palabra Flogger proviene de «flog», apócope de Fotolog. La popularidad de un fotolog se basa en la cantidad de firmas (comentarios) diarias a las fotos y sus amigos/favoritos. Las fotos subidas en sus respectivos fotologs suelen ser autorretratos.
En el Diario EL PAIS de este domingo (21/06/2009) viene un interesante reportaje dedicado a Cumbio (Agustina Vivero) la sensación flogger con más de 34 millones de visitas de sus particulares fotos de su día a día. A sus 18 años, ha escrito un libro, ha protagonizado un documental, tiene su propia línea de cosméticos, es imagen de Niké y es un referente para millones de jóvenes… y de lesbianas. Me quedo con una frase de la entrevista que dice: “Soy una celebridad `queni´: que ni baila, que ni canta, que ni actúa…”. Bueno, por lo menos hace fotos que son el reflejo de una sociedad, de un modo de vida, de un momento y que simbolizan una generación, una historia, una vida… una realidad.
Ojalá fueran “queni” todas esas marionetas mamarrach@s lamentables de los subproductos televisivos que inundan los canales de televisión nacional (y por supuesto mundial, pero me centro en lo que más conozco) que tan solo se jactan de ser celebrities de saldo porque se han acostado con esta o con aquel… o que dicen que cantan… o que dicen que bailan… o que dicen que escriben… o que no dicen nada, vamos.
Estos personajes lamentables, zafios, insulsos, cutres…, que salen en tantos programas, que llenan tantas horas de tedioso ocio para millones de personas, merecen el desprecio absoluto por no tener un resto de dignidad humana. Ahora bien: ¿quién tiene más culpa, el que lo vé o el que es visto? Nada que me quedo con aquello que dijo el poeta Juvenal:
El mayor crimen es preferir la vida al honor y, por vivir la vida, perder la razón de vivir.