Estos personajes van a seguir cobrando 3.800 euros al mes, más ordenador portátil y teléfono a costa de nuestro trabajo. Es decir, que siguen lucrándose a beneficio de todo lo que los demás pagamos porque, claro, ahora su única ocupación es la de ir a votar el día que les toca y el resto de los días… a seguir contando, como el Tio Gilito, la cantidad de millones que se han embolsado trabajando en lo público y estafando en lo privado. Insisto es demencial.
En casos parecidos: en Alemania, dimiten fulminantemente, en Reino Unido, cesan sin pestañear, en Japón, hasta se hacen el harakiri… En España, seguimos viviendo del cuento y… ¡ya os contaré yo otra del oeste!
Y yo me pregunto: ¿y si todos los españoles hiciéramos lo mismo con el Estado? Es decir, si nos lucráramos en lo particular para desechar lo público? O sea, que en lugar de pagar nuestros impuestos, eso que el Ayuntamiento, la Comunidad Autónoma o el Estado central nos quita lo deriváramos a una cuenta en Villabollullos de Abajo y pudiéramos crear nuestro paraíso fiscal para tener un buen plan de pensiones. Pues entonces la Administración Pública se iría a la mierda. O seríamos nosotros lo que, con la mierda hasta el cuello, nos iríamos al trullo porque no tenemos inmunidad parlamentaria, que eso cuesta bien poco por lo que se ve, porque ya estamos viendo que cualquier chorizo puede colgarse del palo del poder.
El próximo sábado los acólitos y fieles seguidores de la Iglesia Católica se manifiestan en contra del aborto (¿cuándo se manifestarán en contra de los curas pederastas?), cuando lo que en el fondo deberían hacer es ayudar con sus rezos a santificar la sociedad política española organizando una multitudinaria misa en el Campo de las Naciones (así dejan de tocar las narices al resto de los ciudadanos) para pedir a su Dios Todopoderoso que acabe con la corrupción de aquellos que les votan. Eso sí que sería una verdadera obra de Dios.