Pedro Almodóvar ya lo plasmó en su película “La Mala Educación”. Dejaba entrever esa supuesta relación de amor y miedo entre un cura y un alumno de un internado. Muchos se le lanzaron a la yugular por sugerir que, quizás, esas historias fuesen parte de la vida del propio director. Ese delgado filo que separa la ficción de la historia verdadera y sufrida, no dejaba atisbos para la incredulidad.
El ser humano tiene deseos y pasiones. Reprimir esos deseos y esas pasiones conlleva a comportamientos equivocados. Los comportamientos equivocados generan inseguridad, miedo, pánico, desajustes en la personalidad de quien los padece. Hoy, muy pocos hombres y mujeres que ha sufrido en sus pieles el acoso sexual por parte de “padres de la Iglesia” siguen con el pensamiento divido en pensar que aquello fue un mal sueño pero que, por desgracia, lo vivido es parte de su cruda realidad.
Yo estudié y me formé durante siete años en un internado religioso de la provincia de Madrid. Desde los 10 hasta los 17 años vivía en el colegio de domingo noche al viernes por la tarde que regresábamos a casa. Lo he dicho por activa y por pasiva varias veces: mi experiencia, educación, relación y vivencias fueran ejemplares y maravillosas (con algún que otro encontronazo con un profesor/cura más o menos tolerante) pero allí estuve por deseo propio, y me marché solo cuando se acababa el ciclo formativo del BUP. ¿Alguna cosa rara? Pues sinceramente en aquellos momentos yo nos la veía, pero hoy día, reflexionando, hablando con compañeros de aquel colegio, nada pasó, y si pasó, pues ni nos enteramos. Años más tarde, un rumor corría como la pólvora: uno de aquellos profesores había sido expulsado por presunto acoso a un alumno. ¿Realidad o ficción? ¿Rumor o ciencia cierta y comprobada?
Hay curas buenos y curas malos, hay personas buenas y personas malas, hay políticos corruptos y políticos honestos…, pero creo que a la Iglesia, como institución, o mejor, a la curia Vaticana que se aferra a los cargos, al poder, a la maquinaria propagandística que sale desde la Plaza de San Marcos, le viene bien este tsunami de denuncias para desear que arrase con tanta hipocresía, tanta sumisión, tanto poder, tanta influencia castrante y, a la vez, desactive tanta influencia sobre la sociedad como la que están infligiendo. El cura, el obispo, el sacristán, el fraile, el cardenal o el Papa son humanos, no son divinos, y por tanto son proclives a tener, sufrir o padecer los placeres de la carne y de la mente.
Para los sectores más conservadores esto es una caza de brujas. Pero si es la única manera de que se pida perdón, de que se condene desde la propia institución este mal acontecido durante años, no hay cacería más justificada que esta.
Enrique Jardiel Poncela escribió que “el fin de la religión, de la moral, de la política, del arte, no viene siendo desde hace cuarenta siglos más que ocultar la verdad a ojos de los necios”. Dejemos de comportarnos como necios y descubramos toda nuestra riqueza como sabios que, en la evolución de estos millones de años. Desempolvemos las miserias, no para lavarlas, sino para erradicarlas y poder mirar a estas instituciones, desde la distancia o la cercanía que cada uno quiera, con respeto.