Ayer fui con mi sobrino al cine a ver «Shazam» (él ya había visto «Avengers Endgame», me lleva ventaja). 132 minutos de tedioso y manido entretenimiento. A él no le pareció tan mal. Se lo pasó bien. Objetivo cumplido, pues.
Mientras volvíamos a casa en un Uber (el cine estaba fuera del centro de Madrid y nos dió pereza volver en transporte público), reflexionábamos sobre los mensajes que la película nos había dejado. Superación, familia, el bien y el mal, compañerismo, inocencia, amistad… Todo un catálogo de actitudes y aptitudes que podrían servir de modelo a estas generaciones futuras, facilitándoles determinados valores positivos a la hora de remar y sacar adelante a la sociedad que les espera.

Photo by TK Hammonds on Unsplash
Muchos superhéroes se encuentra con sus superpoderes. Los reciben sin esfuerzo. Llegan, se somatizan con su cuerpo y su persona, y algunos optan por seguir el camino bueno (salvar al mundo), mientras que otros se posicionan en el lado oscuro (destruir al mundo). Y ese nulo esfuerzo es lo que no me gusta de determinados héroes de cómic: veni, vedi, vicci.
La vida es mucho más que ponerse una capa o un traje ceñido (el de «Shazam» es bastante ridículo, por cierto), y lanzarse al vacío. Sin red. Gandhi dijo que: «Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa». Quizás algunos superhéroes no deban ser ni tan «super» ni tan «héroes».