Estamos hartos de oír esa palabra. Influencers. Influyentes. Dícese de las personas que con sus comentarios «sociales», se convierten en referentes, modelos, puntos de referencia, centro de atención para el resto de los mortales que no tenemos la voluntad, ganas o interés en ser el epicentro de nuestro propio mundo.
Mi respeto hacia aquellos que se trabajen su marca personal con el objetivo de posicionarse en esta aventura socialmedia y de comunicación masiva. No les arriendo las ganancias. Las marcas mandan. Los patrocinadores deciden. Tú cumples un contrato. ¿Qué pasa cuando la experiencia vital está por encima de la utilidad mercantil? Que es entonces cuando viene el desajuste y el bloqueo.

Muchos son, han sido y serán los Influencers que han dinamitado sus carreras por abandonar su papel de influyentes y encontrarse con su realidad, la que les define como persona, como ser vivo. El perdón frente al olvido. Si los políticos fácilmente se olvidan de lo que prometen cuando llegan al poder… ¿Por qué no yo? Vuelta a empezar.
El irrefrenable deseo de un porcentaje muy alto de la sociedad en llegar a ser «famoso», frente a la frustración interna y vital del 90% de ese porcentaje que nunca llegará a serlo.
Deseo vs Realidad. Esquizofrenia social.