Un año más, el Festival de Eurovisión ha marcado tendencias. El espectáculo global y planetario, celebrado este año en la ciudad de Turín, ha vuelto a marcar las tendencias de lo social (música, cultura, moda, política), durante la última semana, si bien ya lleva meses siendo el altavoz de la ciudadanía europea (y por qué no atreverse a decirlo), mundial. Y como fiel reflejo de una sociedad plural, diversa, este acontecimiento musical sigue poniendo de manifiesto que una cosa son las instituciones, y otra las personas de la calle.
El jurado «profesional», el que eligen las instituciones/países, se decanta por otorgar su voto -por primera vez en mucho tiempo- a tres de los países del llamado «Big Five», mientras que el público, el jurado popular, pide a gritos que «la otra Europa», tenga su protagonismo.
El público tenía claro, desde que empezamos a conocer las canciones, que Ucrania (que el año pasado fue la más votada por el público, y quedó en segundo lugar), tenía que ganar. Justicia social. Efecto solidario (la canción estaba bien, pero no para ganar el festival). La audiencia acompaña a Ucrania por la situación en la que un «loco zar destronado» ha puesto a su país. No es tiempo de celebraciones, pero sí de justicia. ¡Felicidades!
Me hubiera gustado que Suecia ganara el Festival (¡qué temazo, madre mía!), y por supuesto muy contento con las posiciones de Serbia (la gran revelación), España (¡ya era hora!) y UK (que el año pasado tuvo 0 votos). Pero el premio para Ucrania es otro «zasca» en toda la bocaza para Rusia, para Putin. A ver si las instituciones, los «profesionales», se ponen las pilas de verdad y dejan de marear con sus intereses, las necesidades, las demandas, los deseos de la comunidad.
«The Sound of Beauty» tiene que convertirse en el slogan del próximo semestre, para que dejen de escucharse ruidos de bombas, y comience de verdad, a oírse la PAZ.