Aún estamos sobrecogidos por los acontecimientos de Texas a principios de la semana. Un joven de 18 años, dispara a su abuela, salta la valla de un colegio y tirotea a los profesores y alumnos, dejando tras de sí, 21 muertos (19 niños y niñas, y dos profesores), y 15 heridos. Salvador Ramos era un joven… «normal». ¿Qué ha pasado, entonces, por su cabeza para asesinar sin pudor, sin miramientos a inocentes conciudadanos? Y teniendo en cuenta que no es el primero (y desafortunadamente, tampoco será el último), ¿Qué mueve a una persona a agarrar dos fusiles y liarse a tiros?
Al respecto, os invito a leer esta reflexión de la psicóloga Ana Isabel Beltrán Velasco, publicada en Ethic esta semana.
El odio suele construirse sobre premisas sesgadas y erróneas. Es ese gusano que se cuela por la nariz, que se introduce lentamente en el cerebro y lo invade, lo embriaga, lo controla… Y baja al corazón. Y éste impulsa la sangre a la velocidad del AVE para apretar los puños, la quijada, torcer el gesto y fruncir los ojos. La ira, el descontrol. El foco en la presa. Y el gusano se ha convertido en una Boa Constrictor tan grande, tan poderosa, que estrangula la razón, y explota en la sinrazón. ¡Boom!