El pasado viernes, sentado frente a la televisión tras deshacer maletas y organizar un poco todo, asistí impávido, asustado, confundido, contrariado, cabreado y desilusionado a la noticia del camión abandonado en una cuneta, en una carretera de Austria, con 71 personas dentro. Muertas. Refugiados, les llaman. Personas a la deriva en busca de oportunidades. De una vida menos dolorosa y sufrida que la que padecen en sus países de origen. Ni concertinas, ni fosos, ni fronteras, ni balas, ni pistolas… Nada puede evitar que esta sociedad siga desangrándose si no dejamos de pelearnos por los «números» y comenzamos a luchar por las personas.