En el día a día de cada persona, existe una constante disidencia entre estos tres infinitivos: QUERER, TENER y DEBER. Los tres tienen una particularidad y es que, en la variedad de sus significados, los verbos expresan el deseo de tener en consideración algo o tomar una voluntad hacia alguien (o algo). Su aplicación final depende del tiempo, las ganas y las necesidades. La urgencia, en determinadas ocasiones, prima uno frente a los otros.
Mi último post en este blog lo publiqué el 12 de marzo. Un mes más tarde, tengo la oportunidad de nuevo de querer escribir. Antes el deber me lo había impedido. Ha sido un mes sumergido en un torbellino de acontecimientos (positivos) en los que ni siquiera los domingos sacaba tiempo para conectar mi querer con mi deber: publicar al menos una vez a la semana en ReInventarse.
Las fábulas se escriben desde el intento de aprendizaje, como enseñanza (el querer) con el objetivo de que se apliquen en la vida cotidiana (el deber) y que enseñen a las personas la importancia de la constancia y el esfuerzo para lograr nuestros objetivos (tener). Pero la historia de las fábulas nos demuestran que los personajes no evolucionan, son estereotipados y no permiten «medias tintas». Ofrecen un modelo único: es correcto, o es incorrecto. Y la vida -afortunadamente- nos ofrece una gama de colores entre el blanco y el negro (mucho más allá del triste gris).
A todas y todos nos gustaría poder elegir qué querer hacer, frente a la necesidad de qué tener que escoger, o qué deber de realizar. El cóctel perfecto sería aquel que convierta el tener y el deber en un querer. Y el tiempo nos permita diseñar una fábula con una moraleja común: la honestidad es nuestra mejor política.