Querer, Tener y Deber

En el día a día de cada persona, existe una constante disidencia entre estos tres infinitivos: QUERER, TENER y DEBER. Los tres tienen una particularidad y es que, en la variedad de sus significados, los verbos expresan el deseo de tener en consideración algo o tomar una voluntad hacia alguien (o algo). Su aplicación final depende del tiempo, las ganas y las necesidades. La urgencia, en determinadas ocasiones, prima uno frente a los otros.

Mi último post en este blog lo publiqué el 12 de marzo. Un mes más tarde, tengo la oportunidad de nuevo de querer escribir. Antes el deber me lo había impedido. Ha sido un mes sumergido en un torbellino de acontecimientos (positivos) en los que ni siquiera los domingos sacaba tiempo para conectar mi querer con mi deber: publicar al menos una vez a la semana en ReInventarse.

Las fábulas se escriben desde el intento de aprendizaje, como enseñanza (el querer) con el objetivo de que se apliquen en la vida cotidiana (el deber) y que enseñen a las personas la importancia de la constancia y el esfuerzo para lograr nuestros objetivos (tener). Pero la historia de las fábulas nos demuestran que los personajes no evolucionan, son estereotipados y no permiten «medias tintas». Ofrecen un modelo único: es correcto, o es incorrecto. Y la vida -afortunadamente- nos ofrece una gama de colores entre el blanco y el negro (mucho más allá del triste gris).

A todas y todos nos gustaría poder elegir qué querer hacer, frente a la necesidad de qué tener que escoger, o qué deber de realizar. El cóctel perfecto sería aquel que convierta el tener y el deber en un querer. Y el tiempo nos permita diseñar una fábula con una moraleja común: la honestidad es nuestra mejor política.

Mayores

Todos sufrimos la misma enfermedad: la de hacernos mayores. A unos les afecta menos. A otros, más. Tomando como analogía la última «enfermedad» mundial, el COVID, podemos decir que hacerse mayor para algunos, es asintomática. Otros/as, tienen leves indicios de malestar. Unos/as han pasado días y días enfermos en cama con síntomas. Por desgracia, otros/as muchos/as, no pudieron superarla y nos dejaron. Hacerse mayor es una faena.

Pero no por el mero hecho de cumplir años, no. Al contrario. Eso significa que estamos, que seguimos y que lo contamos. Si no por los daños colaterales que el cumplir años acarrea.

También es cierto que la actitud dice mucho. Hay gente para que los 50 son los nuevos 30, y los 60 una nueva juventud (sin tener que trabajar, sin cargas, con la casa pagada, con salud…). Para otras y otros, cada año es una bala menos en su revolver de vida. Y ahí es donde, cumplir años, es una m*****. Pero hay que luchar.

Miguel de Cervantes dijo:

«Porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir sin más ni más»

Miguel de Cervantes

Así que hagámonos mayores con elegancia. Cubramos nuestras cabezas con canas de plata y oro. Y si no te queda pelo, que tu calva reluzca como una bombilla LED. Llevemos las alforjas repletas de ilusión y ganas de hacer. Y si la salud nos pone piedras en el camino, siempre nos quedará comprarnos unos buenos zapatos que las sorteen.

Programad@s

Vivimos sometidos a una constante programación. Desde que amanece el día, hasta que depositamos nuestro cuerpo, en la noche, en el sofá o en la cama, la jornada se diseña como si fueres una grilla de programación. Programamos el despertador para levantarnos, el microondas para calentar el café (o la inducción si eres de hacerte el café fresco cada mañana), el horario de coger el transporte público o el coche (para evitar atascos). Programamos la emisora, el podcast o la playlist que deseamos escuchar. Nos programan el fichaje en las empresas. La agenda del día. Las reuniones. Los Teams, Zoom, Meets o las presenciales. Tenemos un turno de comida programado (y ¡Ay como te salgas de él! El office está completo). Las pausas para un cigarro. O del segundo, tercer o cuarto café. Programamos las citas del médico, el gimnasio, la piscina… Buscamos un hueco para programar el paso por el super -camino de casa-. Programamos con mucho tiempo los viajes, las vacaciones, los hoteles, los vuelos, los trenes… Buscamos en el maremágnum de la agenda, huecos para programar una cena con la pandilla, o una excursión al campo. Todo, o casi todo, tiene una fecha, una hora de comienzo, y de expiración.

Lo espontáneo, casi se penaliza. Somos pasto del código que otros manejan. Nos programan las noticias, los mensajes, los libros que queremos leer, las películas que podemos ver… El algoritmo nos maneja como títeres sin alma. Y, muy a pesar nuestro, nos sentimos cómodos en este diseño de las cosas. Nuestro orden depende del orden de otros, incluso del orden mundial.

El informático y maestro de la computación, Alan Perlis dijo que:

«Un lenguaje de programación es de bajo nivel, cuando requiere que prestes atención a los irrelevante»

Alan Perlis (1992-1990)

Está claro, que los diseñadores de nuestras experiencias programadas, fueron de aprobado raso.

Decepción

Ayer escuché esta frase y me pareció genial: «No hay persona peor en la vida que un tonto/a motivado/a. Y si encima tiene poder, peor». Los presentes, sabíamos muy bien a qué político/a se estaban refiriendo y las risas se adueñaron del auditorio. Y es que es cierto, qué peligrosos/as son estas personas que no miden sus decisiones, teniendo el foco de los intereses generales, y se predisponen a gobernar, gestionar, proponer o promover, acciones, leyes que atentan directamente contra millones de personas, en beneficio de otras (que tienen todo el derecho del mundo a ser contempladas como las que ahora quieren derogar).

Vivimos en tensión y tensionados en lo político. Se generan conflictos y conflictúan a los ciudadanos/as tomando decisiones que miran hacia el lado opuesto al que deben mirar. No nos dicen la verdad. Sabemos (o no), quién está detrás moviendo los hilos. Desconocemos que intereses tienen. Pero les votamos porque deseamos que los «otros» no lleguen a gestionar, no lleguen a ser otros «tontos/as motivados/as» que aún seccionen más los derechos y libertades, en pro de aquellos que alimentan sus egos.

Estamos subidos a un tio-vivo de telerrealidad en el que nos abochorna lo que pasa, lo que dicen, lo que gesticulan, lo que insultan, lo que se mofan en la casa de la constitución, en la casa del pueblo y para el pueblo. Y jaleamos con banderas al color que pensamos que nos representa.

El desencanto provoca el caos. La incertidumbre. La apatía. El tedio. La sociedad acciona y reacciona desde la desilusión. La decepción anida en las calles, como buitre que otea el horizonte en busca de su alimento. Y ellos, ellas, esos tontos, tontas, motivados y motivadas, tienen siempre activados sus radares a la caza de una presa más.

Andar… ¡Sola!

El pasado jueves, cuando bajaba a la piscina sobre las 8 de la tarde (a esa hora los padres empiezan a replegar a sus niños para prepararse para el cole, y se puede nadar sin problemas), me encontré con una vecina con la que hacía tiempo no coincidía. De lejos me llamó y me dijo: ¿No te has enterado? Yo le pregunté que de qué me tenía que haber enterado. Ella me dijo: ¡Que mi marido se murió en mayo! ¡¡Me quedé fulminado!! Entrando en detalle, la semana que pasó yo estuve en Salou trabajando en un evento y claro, no vi el cartelito que se pone en el portal o en la garita del portero. Me disculpé, le di el pésame y estuvimos hablando un buen rato.

En un momento de la conversación, en el que mis argumentos se fundamentaban en que hay que seguir adelante, que están sus hijos, que tienes mucha vida por delante, que buscara nuevas ilusiones, etc…, me dice: –¡¡Por qué no me ha llevado a mi también!! Y rompe en desconsuelo. Uf… Yo no sabía que hacer… Como pude la consolé y nos despedimos. Esta señora, su marido (DEP), y mi madre (antes de que empezara con los problemas de movilidad), iban muchas tardes a caminar juntos por el Parque del Planetario. Se apreciaban mucho. Fuimos de los primeros vecinos de la urbanización hace ya 45 años y eran, son muy majos y muy respetuosos siempre.

En la piscina, fui incapaz de concentrarme y de hacer mi entrenamiento. Me puse a flotar, a intentar desconectar, a olvidarme un poco de esa situación. Entonces, instintivamente miré a la terraza de la casa de mi madre. No estaba asomada… Ya no. Curiosamente, otro vecino, me despejó de mi tristeza y comenzó a comentar que vaya cambio generacional se había producido en los últimos años en la urbanización. Ahora eran todo parejas jóvenes con niños/as y que la piscina estaba llena de los nietos de los primeros vecinos/as. ¡Ya quedamos muchos menos, me dijo! Y nos pusimos a contar bloque a bloque cuántos vecinos de los «primeros colonos» de la urbanización «Nuevo Parque», quedábamos. Pocos.

De acuerdo con los datos del último trimestre de 2020 del Instituto Nacional de Estadística (INE), el número total de viudos y viudas en España asciende a 2.917.800 personas. De ellos, 2.331.200 son mujeres, mientras que los hombres solo representan 586.600. Es decir, el 80 por ciento de los viudos/as en España son mujeres. Ellas, ahora, están aprendiendo a andar solas.