Ayer, en el programa de La 2 de TVE llamado “Página 2”, hicieron un interesante reportaje sobre la otra novela de los países nórdicos, sobre aquellos autores que se salen de la fiebre que escritores como Stieg Larsson, Camilla Landberg o Assa Larsson han levantado entre los ávidos lectores de la novela negra. Este reportaje decía que sobre una población de 5 millones de personas, se venden al año unos 15 millones de libros y que el promedio de lectura de los noruegos es de 16 libros al año.
A finalizar el programa, colocaba los libros que me regalaron por Sant Jordi en la librería de mi despacho, comencé a contar los libros que este año me había leído y la previsión de lecturas hasta el verano. No ha estado mal, entre los dos primeros tomos de la tetralogía de Camilla Landberg (me encanta la historia de Patrick y Erika), la revisión de “El Economista Camuflado” de Tim Harford y el panfleto/best seller “Indignaos” de Hassel, ya llevo 4 libros. En espera tengo el nuevo de Albert Espinosa, “Si tu me dices ven lo dejo todo… Pero dime ven” y el ensayo sobre periodismo de Iñaqui Gabilondo titulado “El fin de una época”. Para el verano, fue un regalo de Navidad, el tochazo de Ken Follet “La caída de los gigantes”. Serán, pues, 7 libros, aproximadamente uno al mes.
Me gusta leer, pero no tengo la disciplina y los rituales que otras personas tienen de leer en la cama, o como momento para bajar el ritmo del día, o en el metro o en el bus… Mis momentos de lectura se enmarcan en viajes en tren, autobús de largo recorrido o avión, y algunas tardes entre las 8 y la 9, en el sofá, tranquilamente, mientras que espero a que mi pareja prepare la cena y le oigo cacharrear entre fogones y cacerolas pensando: ¡¡la que me espera luego para recoger!!
No soy, pues, de rituales, pero si de adicciones. Cuando cojo un libro “lo destrozo” y me lo enchufo en vena como droga que me falte para saciar mi necesidad de lectura. Los libros de Stieg Larsson, por ejemplo, me duraron cinco tardes, o “Inés y la Alegría” de Almudena Grandes, lo disfruté mientras volaba a NYC y cruzaba en tren de Toronto a Montreal… Sin pausa, sin resuello, casi sin aliento. Los libros me evaden de la realidad que me circunda, me sumerjo entre las páginas y el mundo no existe. Simbiotizo con las historias, con los personajes, con los lugares y, si encarta, los vivo en próximas visitas y recorridos por esos parajes reales.
Un libro es vida, es una experiencia que sale de los escritores, de esas plumas privilegiadas que saben navegar por los mares de la literatura como piratas avezados en las lides de las letras. Sin zozobrar. Es una lección de vida.
Siempre he dicho que si en los colegios se enseñara a leer como disciplina, no como imposición del cumplimiento de unos objetivos curriculares, los jóvenes españoles crearían un hábito maravilloso que les aportaría otra forma de invertir el tiempo libre. El pedagogo y literato George Travelyan dijo que “La educación ha logrado que las personas aprendan a leer, pero es incapaz de señalar lo que vale la pena leer”, y esa es la asignatura pendiente de nuestra asignatura de lengua y literatura. Leer es viajar, es vivir, es conocer, es aprender. Y por ahora tan solo cumple con la necesidad de obligar, y cualquier imposición forzada significa un rechazo.
Días como Sant Jordi abren un poco más la maravillosa afición por la lectura. Regalar un libro es regalar una experiencia tridimensional, cautiva, vivencial, es soñar en palabras. Y terminar un libro es como empezar a compartir un sueño, un esfuerzo, un anhelo, una inquietud, un pedazo de aventura.
Un libro es un amigo, como dijo Pedro Laín Entralgo “la lectura nos regala mucha compañía, libertad para ser de otra manera y ser más”. Aprendamos a leer porque quizás, de los libros, descubramos que podemos ser otras personas. Mejores.